Inmensidad de mar terrestre en
una mirada. Azul que destella los pálidos reflejos del sol y que se vuelve
espejo del cielo, poblado de nubes. Montañas que cercan el lago, que se divisan
como fantasmas, como si hubieran formado parte del paisaje desde hace mucho y
quedara una esencia deslavada por la bruma en las inmediaciones de este gran
lago.
Lago de origen, aguamar viva,
lago que conocieron los más antiguos linajes que poblaron lo que hoy conocemos
como Guatemala. El lago Atitlán, majestuoso, se muestra y permanece ahí, a
pleno sol. Desde un mirador, entre la carretera que va de Xela a la ciudad de
Guatemala, apenas se divisa el lago. Pero su presencia es tal que siento que me
sumerjo en él. Y vean, todavía traigo un poco de ese lago en mis ojos.