sábado, 30 de julio de 2011

Los tiliches y los vecinos

Anoche soñé que los vecinos llegaban cargando cajas, muebles, algo de ropa, cosas que en algún momento les habíamos regalado y que no se contentaban con entrar impunemente hasta la terraza de la casa, sino que nos arrojaban todos los tiliches a través de las ventanas. Hasta bolsas con tela, bultos de henequén, una caja de platimarx con un viejo triciclo destartalado, bultos, cajas, bolsas de plástico con instrumentos imposibles, y seguían llegando. Todo se debía a alguna discusión que habíamos tenido y ahora ellos nos regresaban cuanta cosa podían regresar.

La alarma del teléfono sonó a las siete y veinte y yo me desperté agitado. Abrí la puerta, recordando el sueño, creyendo que los vecinos aún estarían dejando sus cosas por las ventanas, pero no, no estaban, por suerte. Lo que sí, es que la estancia era un completo revoltijo, un bazar de antigüedades y de tiliches. No conviene levantarse tan temprano en sábado, porque los sueños no se acaban tan temprano, continúan.

jueves, 28 de julio de 2011

Milla en el estudio

Y veo la puerta de mi estudio abierta, por la mañana. Y veo mi cama revuelta, la del estudio. Reviso mis pipas de inmediato, para ver si contienen cenizas; inspecciono también mi bolsa de tabaco, por si encuentro que se ha agotado. Y mi computadora, está apagada. Pero estoy seguro de haber cerrado la puerta, de que la cama estaba tendida. De pronto me asalta la sensación de que soy sonámbulo y que a media madrugada vine a mi estudio a fumar, escribir o leer, o, como soy un ocioso, a navegar un rato por Internet. Pero no recuerdo haberme salido de la recámara, ni abierto mi estudio ni haber fumado ni haberme dormido en la cama que tengo en mi sancto sanctorum. No, no puede ser. Pero mi cama sigue revuelta. Y yo continúo pensando en el asunto, cuando sube las escaleras Milla, la labrador, y me dedica una larga y plácida mirada llena de inocencia.

sábado, 23 de julio de 2011

Diluvio en jueves

Sigue lloviendo. La ciudad debería deslavarse, limpiarse, que el agua arrase con todo, como en los antiguos diluvios. Que se lleve autos, casas, la estupidez humana, la hipocresía, a los pusilánimes, que se lleve todo. Luego, deberían existir algunos chaques con grandes coladores, que les permitan escoger personas, sentimientos, lugares y cosas con las que repoblar el mundo y que, una vez cansadas las aguas y de regreso a su cauce, los chaques pusieran todo lo recolectado en tierra firme. Pero, me temo, que ni así: el humano es el humano.

jueves, 14 de julio de 2011

Sirena en azul

El azul inmenso de las aguas del cenote. La luz que traspasa por los orificios de lo alto de la caverna, haciendo que haya juegos de iluminaciones en el agua. La claridad permite ver algunas partes del fondo del cenote. Ese azul que se pierde entre la obscuridad del fondo de la caverna. El azul que me invita a sumergirme, a llenarme los pulmones de esa extraña claridad. Pero no, permanezco en la tarima de madera, observando desde arriba. Y veo a una sirena nadar, alejarse, acercarse en esa claridez azulosa, milenaria.

domingo, 10 de julio de 2011

Fotógrafo en automático

Cima del Cerro Cruzco, tres ces al hilo, después de subir por tres horas, bajo el inclemente rayo del sol y sin sombrero, a paso lacerante entre las piedras del camino y buscando la tibia sombra de los pocos árboles que otorgan un breve descanso en la subida. Allá arriba tomo la cámara y disparo en automático, yéndome por instinto, sin discriminar imágenes. Es la única ventaja de las cámaras digitales, que pueden almacenar un sinfín de fotografías. Y yo, disparo, una y otra vez, apenas encuandrando o confiando en mi institnto y en mis ojos, que pueden actuar en automático. La cabeza no me da para nada, apenas responde el pensamiento, convertido en autómata, sabiendo que tengo que registrar las ceremonias en la cima del cerro. Una imagen tras otra, luego seleccionaré, luego veré cuáles funcionan y cuáles no, cuáles borraré para siempre. Me convierto en extensión de la cámara, raro aditamento cazador de imágenes con dos brazos y dos piernas. Cerebro, apagado. Les digo, en automático. Eso es. Autómata en la cima del cerro…
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.