sábado, 27 de agosto de 2011

Si te caes de mi cama…

El teatro de la ciudad, a plena función, lleno. En el aire flota el blues como serpiente musical que desliza sus compases y sus bemoles ya arriba, ya hacia debajo de los asientos, que rebota entre el techo y el piso y hace que el piano se escuche como si fuera tocado a dos manos. La voz, esa voz aculturada en el blues de hace varios años, la voz de Betsy Pecanins jugando con las cuerdas vocales al final de cada estancia. El piano, ese animal portentoso, es acariciado por Briseño, quien le imprime a cada nota la fortaleza y energía de la noche y del alma del mismísimo blues. Así, de nuevo, la serpiente sube, va, viene, se enrosca, regresa, se expande, abre la boca, engulle, suelta, aprieta, rezuma notas en los oídos. En ese ambiente estamos cuando Betsy canta “Si te caes de mi cama, no te vuelves a parar” y me ve, estira la mano y el gesto indica que me ha dedicado la canción. Luego hace otro gesto queriendo decir “Está usted servido” y, en verdad, poco es decir que me quedé servido.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Lago de Pátzcuaro

Es un momento recortado entre las nubes que se deslizan en el cielo, que cambian sus colores de gris a negro. Pero sucede sólo unos segundos y hay que estar en el lugar adecuado para observarlo. Casualmente estábamos comiendo en casa de unos campesinos, viendo hacia el lago cuando las nubes aparecieron, movidas por un implacable deseo acuoso. En tan sólo unos segundos vimos formándose la serpiente de agua que subió del lago hacia las nubes. Ascendía en espirales furiosas, antes de que las nubes decidieran tronar con la embriaguez de su diluvio. Un instante nada más.

jueves, 18 de agosto de 2011

Humo

Entre esos extraños placeres que tiene uno, está el encender una pipa y expirar el humo; observarle sobre el rostro, alejándose, haciendo espirales y formas fantasmales; observar cómo el viento entra por la ventana y le hace retroceder, adelantarse y luego, jalarlo en una columna azulada casi horizontal, llevarlo hacia fuera, en donde se confundirá con el humo de los coches, con el viento del sur, con una nube grisácea que anuncia lluvia, con la parvada grisazulada de pájaros que, intempestiva y sorpresivamente, aparece cruzando el cielo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Urbanidad deslavada

La menuda lluvia de esta mañana es la huella persistente del diluvio de la noche anterior. Como si el cielo no acabara de limpiarse, el agua sigue cayendo. Los charcos se alimentan con gotas míseras que hacen pequeñas ondas y luego son alborotados por las llantas de los autos. El día parece gris, nostálgico, tal vez melancólico. La gente parece vestirse de acuerdo con el día: van de colores obscuros, como la gente caminando en verano en Santiago de Chile, vestida de obscuridad: recuerdo de una parvada negra de humanos en la calle. Hay gente que hoy, mientras chispea, camina más rápido de lo normal, como si haciéndolo se pudiera evitar el agua. Pero el cielo está en compás de espera, una tregua nomás en lo que uno se pone a resguardo dentro de una ruta, un auto, un cobertizo o su casa. Pero la lluvia no cesa, débil, sigue cayendo con una presencia constante. La ciudad parece deslavarse, como si estuviera hecha de acuarela. Ya no sé qué abordo, porque es una mancha en el asfalto, mancha informe, mancha movediza en la que intento cubrirme de la pertinaz llovizna. Ni siquiera puedo leer esta mañana, no hay suficiente luz dentro de la mancha en la que estoy. Así que veo por las deslavadas ventanas cómo se deshace la ciudad en manchas horizontales, verticales, extrañas formas esparcidas en la calle. Me pongo mis audífonos y escucho a Joe Cocker. La ciudad es tan diferente entre la música y su deslave en colores informes que de pronto me parece que he perdido la memoria y que he ido a parar a otro sitio sin darme cuenta. No conozco esta ciudad. La música se aleja, ya no sé qué escucho; no puedo leer; la gente no me ve, no voltea, se arrebuja, como si hiciera un frío invernal y se instalara el frío en sus huesos. Yo voy sobre esta mancha extraña. Observo como si fuera por primera vez estas calles, como si el agua hubiera hecho crecer nuevos edificios y el asfalto floreciera. Pero la lluvia…

viernes, 5 de agosto de 2011

Canina noche

Tengo una labrador que se difumina con la noche, crece y retoma su tamaño cada que quiere, esparciéndose por la nocturna presencia de la obscuridad acuática de estos días. Cuando salgo al pasillo apenas alcanzo a verla por el brillo de sus ojos, porque su presencia parece amenazante; a veces, sorpresiva; otras, inconclusa. Desaparece de noche porque distiende su ser y de día no deja de aparecerse y de subir y bajar las escaleras. Es, como he dicho, una perra que crece con las sombras, y en lugar de devorar la luna, como hace el Varcolác, convive y se convierte en noche.
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