sábado, 27 de febrero de 2010

Actriz (3)

De su contraria nace, se concibe en la sombra, en la penumbra se gesta y decide ser luminosa con quien tenga cerca o con quien a lo lejos la vea a través de la ventana en su habitación sin más orden desconocido que el de su cuerpo porque de las cajas cerradas no saldrá otra cosa en secuencia que tersos pelajes, coloridas plumas, iridiscentes cutis, en fin tantas materias retenidas por la memoria del tacto y el avance de los inmortales deseos mientras que sus muslos, sus hombros, su ombligo corresponden al reino de lo que no se conoce con la vista y sin embargo lleva consigo el germen de una probable belleza, una partícula infinitamente pequeña o un nudo cuántico que se amarra como si fuera un enlace de las horas con los metros y que produce en su enroscamiento nebulosas polícromas, piedras tersas, olorosas yerbas; o mejor aún la lumbre negra que sólo calienta y no aluza y que baila y vive arraigada en su pubis. En torno a él todo revuela y la luz se curva ante su presencia y da forma y da fuerza a esa mujer que comienza su danza cuando se hace silencio. Todo es nuevo en ella cada vez que da vuelta. Se le ve siempre por vez primera.

viernes, 19 de febrero de 2010

Actriz (2)

Afinca los pies en el centro del inmenso florero transparente y alza los brazos y se abre a lo largo junto a la ventana cerrada al monzón y abierta del firmamento, bajan por los pechos hasta el suelo las leyes de sus formas y movimientos, los preceptos de las posibilidades del cuerpo, semillas de su aspecto, granos de su desenvolvimiento. Toma del trapecio el arco y las flechas deseosas de sangres y vuelos, las deja despeñarse por detrás del cuello y aviva con los brazos en alto unos cuantos hachones humeantes de su pelo, afila las armas suyas hechas con esos sus fuegos, mira absorta, arrobada queda, muda su imagen fortificada o ahíta a la plancha muy alta del techo. Para que al acostarse se vea entrando y saliendo de la realidad de los sueños.

sábado, 13 de febrero de 2010

Actriz (1)

Llega entera y en partes se queda entre el edredón que la envuelve y la ventana larga que la devela, y funda una forma semidesnuda del arrebato que se dice mujer en espera de algo que la extienda más allá de la observación, lo que será, la que es ya mientras ocurren estas letras, columna de leche escurriendo con piernas serenas, parafina extraída de un molde de velas.

Toda está ahí, sin arder, sin manar, sin beber, sin irradiar aún en pleno su luz de Bengala que desde la primera chispa remeda al sol que no cesa y llama a la vista que no mengua.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Destinatario para una carta

Hace su recorrido tres veces a la semana. Hoy, sábado, le toca volver a realizarlo, desfilando entre las calles de generales; colonia Observatorio. Lleva su maleta de cuero, ésa que hace ya años les dieron, con su uniforme prácticamente nuevo, que estrena los colores de la nueva imagen de correos mexicanos.
Desde donde estoy puedo observar cómo va, se inclina para dejar una carta, camina, busca el buzón, la hendidura en la puerta por donde dejar la correspondencia o, ya en el peor de los casos, el mejor espacio para aventarla por debajo de la puerta. A contraesquina veo a un teporocho que, también, va y viene. Se detiene de pronto a ver a la muchacha con un chalina azul rey en la cabeza y sigue, como el cartero, desfilando en estas calles de generales. En un movimiento igual a los demás, el cartero se inclina para lanzar la carta por debajo de un portón color indeterminado: medio café, medio lila. Ahí, un sobre se desliza hacia la banqueta, pasando desapercibido por el cartero que se yergue y sigue con su camino. Alcanzo a ver el sobre y me parece que no se trata de ningún estado de cuenta o de un sobre que contenga propaganda o publicidad. Me da la impresión de que en el sobre aparece letra manuscrita. Ahí queda la carta.
El teporocho se acerca, la observa. La rodea con movimientos lentos y erráticos. La mira con cuidado, casi podría decir que con respeto. Y al fin, se agacha y la toma. Le da vuelta en sus manos: el teporocho sabe leer. Permanece así unos segundos. Luego, sin quitarle la vista de encima, él camina erráticamente por la calle. Se pierde tras unos autos; ya no puedo verlo.

Casi media hora después vuelve a aparecer, con unas hojas llenas de dobleces entre las manos. Camina y lee. Su caminar ya no es errático. Parece sonreír. Tal vez al fin llegó la carta que esperaba hace tantos alcohólicos años.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.