sábado, 22 de mayo de 2010

José Luis (Allí)

Ahí estuvo. Los mercados de la miel parecían un buen camino para las familias, por eso explayó la vida de las abejas europeas y criollas; mostró a campesinos mayas un mundo ordenado con celdas hechas por ellas, de cera, miel y jalea. Un mundo, era, es, de mandatos biológicos hechos celo por sintetizar la floresta en estructuras de incubaciones y alimentos selectos: imperios fabriles de especializaciones químicas y arquitecturas simétricas, universo de fronteras tenues entre la esclavitud y la obediencia, de linderos duros entre las alianzas y las guerras, de tránsitos suaves entre la repetición y la diferencia. Con lo mismo, pero de más complicada manera, debió trabajar para unir a las abejas africanas con las meliponas y las trigonas.
Detalló el paso de la flor al panal, una proeza de las camperas y las operarias u obreras: la emergencia del dulce artificio sostenido primero por las ramas y quizá luego en el suelo (intervenido, construido a mano), más o menos cerca de una Ceiba o de un huerto de naranjos y limoneros. Dicho de otro modo, puso a la vista lo que crece por dentro desde afuera y viene así a la presencia: la colmena.

No he dicho que ha muerto. Desde el 29 de abril está en su célula, en su celda. Reunido él solo con el proceder íntimo de la naturaleza, José Luis se desintegra minuciosamente bajo su propio peso, así, trabajando en eso con todo el tiempo que tiene ahora para no ser. Será recordado en memorias montadas en ámbar o miel, materias que en la imaginación se consolidan eternas, preciadas y bellas.
Algún campesino que siendo niño conoció a mi amigo lo recordará cuando venda miel o cera, o críe reinas, en Calotmul, Tixcancal o Dzonot Carretero. Allí estará. Y en mi terca tristeza.

sábado, 15 de mayo de 2010

Recuerdos sobre José Luis Meléndez

Este 28 de abril me llega un correo anunciando que un amigo ha tomado mejores rumbos. Tomó una nueva ruta a las tres de la mañana en Yucatán. Tempranero, como era él cuando trabajaba, de seguro no ha parado en su viaje. A él lo conocí allá por 1990 en circunstancias no muy favorables y que no relataré. No es el José Luis con el que me quedo, sino con el cuate trabajador, como he dicho, que nos acompañó en una loca investigación en las cercanías de Tizimín, Yucatán, cuando buscábamos recuerdos campesinos acerca de la comunicación rural. Ese José Luis, el que iba dormido en la parte de atrás de una camioneta pick-up, mientras Toño Requejo y yo íbamos en la cabina, escuchando a Eric Clapton, en los caminos nocturnos hacia Tizimín. Ese José Luis que tocaba la ventanita y nos hacía señas de detenernos para tomarnos un refresco. Ese mismo José Luis que nos trajo de arriba a abajo durante varios días, con el que comíamos muy temprano, antes de iniciar la jornada y con el que cenábamos en un puesto de tacos a punto de cerrar, en el dicho Tizimín. El mismo José Luis que estaba muy interesado en recuperar la memoria de su experiencia como comunicador rural, que siempre iba detrás de empresas casi imposibles, que tomaba las ideas más descabelladas para tratar de hacerlas realidad. El mismo que hace tres años, ya enfermo, pero con todo el ánimo de trabajar de nuevo en campo, nos ayudó al registrar una ceremonia maya del Chaak Chaak. El mismo que vi en un hospital en la ciudad de México, delgado como aguja, pero con unas ganas de platicar que inundaban la fría habitación del hospital. El mismo al que le mandamos algunas entrevistas para que las transcribiera y con el que seguíamos en contacto. Más, mucho más amigo de Don Pablo que mío; pariente cercano de Don Pox; sobreviviente de la vida, del fuego, de las enfermedades, del pulmón perforado, de la diálisis, del catéter mal puesto, del trabajo hasta altas horas de la madrugada...

Ese José Luis que abre la brecha que habremos de seguir algún día. Colega, nos encontraremos en un lugar de esa ruta. Llevaré algunos refrescos, por supuesto, recordando las señas en esas noches tiziminescas; seguro estarás con cámara en mano, elaborando algún documental que después veremos, luego de las largas horas de edición. Y también tendré disponible una botella de tequila, mezcal o, si paso por las tierras de Chiapas antes, de pox. Salud, José Luis Meléndez.

domingo, 2 de mayo de 2010

Mensajes otoñales

Veo por la ventana de mi oficina cómo revolotean mariposas blancas al filo del otoño. Demarcan su territorio con su ráfaga albicante llena de misterio. ¿De dónde vienen estas páginas blancas que vuelan y qué buscan? Un destinatario perdido, porque son cartas al viento que han sido marcadas por un mensaje comprensible sólo a una persona en particular. Me pregunto si encontrarán algún día su destino. O tal vez caigan en manos de quien no es el destinatario elegido, provocando una confusión de sentimientos al recibir una misiva con mensajes crípticos. Mientras, las mariposas siguen revoloteando, en esta frontera que desemboca en un otoño más lleno de mensajes con alas, que veo por la ventana de esta, mi oficina.
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