lunes, 14 de mayo de 2012

Un día de conversación

Debíamos esperar unas diez horas antes de salir al aeropuerto, para regresar cada quien a su país. Juan Fernando, a Ecuador; yo, a México. El primer tramo lo haríamos juntos, hasta Amsterdam. De ahí cada quien seguiría su camino. No podíamos salir a Kampala, nos recomendaron no hacerlo solos, así que preparamos las maletas, desayunamos con toda celeridad y, durante el día no hicimos otra cosa mas que tomar café, fumar y conversar. Bueno, conversar es un decir porque soy muy mal conversador. Más bien acompañar a Juan Fernando en su conversación. Es increíble cómo se pueden tocar temas tan íntimos con alguien que prácticamente se acaba de conocer. Juan Fernando me contó parte de su vida, de su juventud, de su estancia en México, de su regreso a Ecuador, de su vida en Nueva York. Sin parar de fumar, ya caminando, ya sentados. Observando a las mujeres que barrían los jardines del hotel, en esa posición de L extrema que tanto me sorprendió: se agachaban para barrer el piso tan cerca de él que era imposible que quedara una sola hoja tirada. Y la conversación continuó en el aeropuerto de Schipol, mientras hacíamos compras y esperábamos la salida de los respectivos aviones. Un día lleno de palabras.

domingo, 6 de mayo de 2012

“A glass of water”

Juan Fernando y yo coincidimos en que el inglés que hablan los ugandeses es difícil de entender. Utilizan un acento británico-suajili muy extraño para el oído latinoamericano. También hemos notado que el tono al que se dirigen con los clientes denota un dejo de sumisión, que nos parece molesto. En esa conversación estamos, sentados en uno de los restaurantes del Hotel Speke, cuando se acerca la mesera para ver si se nos ofrece algo. Pido una cerveza y Juan Fernando dice: “A glass of water”. La mesera lo ve fijamente, unos segundos, extrañada, luego medio sonríe y me ve a mí. Le hace saber a Juan Fernando que no le ha entendido. Él repite la frase. Ella refrenda el gesto de extrañeza. Él varía la pronunciación: “A glass of warer”. Ella lo mira fijamente, vuelve a sonreír; disculpándose, le dice que no le entiende. Juan Fernando se comienza a desesperar, me ve y me dice en español que cómo no entiende que quiere un vaso con agua. Vuelve a repetirlo, lentamente. La mesera vuelve a sonreír, lo mira, me ve y repite que no entiende. En ese lapso, recuerdo la pronunciación de una de las meseras, días antes. Le digo: “He wants a glass of wata”. Y a ella se le ilumina el rostro. “Wata, wata, OK”. Juan Fernando me ve, sorprendido. Un minuto después tiene frente a sí su deseado vaso de agua. Yo temo que la mesera me traiga la cuenta, sin la cerveza, de nuevo. Pero segundos después yo obtengo, también, mi cerveza.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Desayuno a la orilla del Lago Victoria


El sol empieza a aparecer sobre las nubes que ayer menguaron al soltar la lluvia que cargaban. Pese a ello no se siente el bochorno que acompaña el cambio de un día húmedo a uno soleado, como el que se anuncia hoy. El Lago Victoria recibe los colores rosados del día que comienza y yo me siento frente a él, para degustar el desayuno. El día vuelve a comenzar con los sabores extraños de estos lares, con la luz que no se puede atrapar ni describir con precisión. El restaurante tiene una tarima de madera que se posa sobre el lago. Una sombra pasa sobre mi desayuno, una sombra alada: un pelícano sobrevuela el escenario y se posa en las rocas, cercanas al lugar en donde me encuentro. Un café, el café africano es bueno. Nada hay como disfrutar ese café a la orilla del Lago Victoria y comenzar la conversación con ese pelícano viajero.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.