jueves, 22 de abril de 2010

El río encarcelado

Ay de este pobre río que vive tan intensamente: demuestra no dejarse llevar por la estupidez humana que trata de controlarlo y en su nombre se gastan y se guardan en bolsillos de funcionarios corruptos millones de pesos que se tiran a la basura en obras inútiles, mal planeadas y mal construidas. Este pobre río que ha sido maldecido, simplemente por crecer tanto como su naturaleza lo precisa. Este río que se carcajea y tiemblan los hombres. Este pobre río que ha sido marcado e insultado. Tal vez por ello debe encarcelarse. Tal vez por ello se construyeron esas bardas terribles en sus márgenes. Hoy día es el único caso de río preso que conozco. El pobre Grijalva, tan encerrado entre sus paredes de cemento mal construido. Y que en su próxima crecida, reinvindicará su nombre y su libertad, demostrando que ni los más astutos y corruptos personajes o instituciones podrán con la poderosa fuerza de la naturaleza violentada.

domingo, 11 de abril de 2010

Escocia en México

Fue esa tarde la primera que vi a Andrés preparar café. Tomó la cafetera de émbolo y, explicando el funcionamiento, puso a hervir agua, sirvió el café molido —dos cucharadas y dos pilones— y esperó. Luego virtió el agua en la cafetera y presionó el émbolo a la mitad. Enseguida la cocina se llenó de un aroma a café que me recordó la misma cafetera, la misma preparación y el mismo olor, pero de una casa de huéspedes —bed and breakfast— en Edimburgo, Escocia. Allá, la plática del casero, pausada, para que no perdiéramos detalle y pudiéramos comprenderlo mejor. Acá, haciendo una pausa después de hablar de dos libros en los que trabaja Andrés. La coincidencia es inevitable: el café y lo pausado de la charla. El café, como el tabaco, insisto, ayuda a escuchar, a hablar, a conversar. Ninguno de los dos es dañino, sino al contrario. Sentarse a fumar o a tomar un café con alguien prepara la escucha atenta, incita la conversación. Andrés y yo seguimos hablando en la tarde que comenzaba a caer o, precisamente como decía Pellicer, en la noche que empezaba a subir.

sábado, 3 de abril de 2010

Destello pasado

Fue justo a la mitad del cigarro que su vista pareció encontrarse anclada en un viejo recuerdo. Hablábamos un poco de un congreso que acabamos de organizar, un poco de algunas publicaciones sobre la historia del agua. Y fue cuando la ceniza hubo de esperar, suspendida en la punta del cigarrillo, a que el recuerdo llegara con la claridad necesaria. Las mujeres, con una pose perfecta, erguida, gesticulando y platicando; en la cabeza los jarros y los recipientes vacíos que después serían llenados con agua. La perfecta verticalidad en el cuello de esas mujeres que, sin usar las manos, en minutos tendrían sobre sus fuertes cabezas y músculos del cuello el recipiente lleno de agua, para transportarlo a sus casas. Había sucedido en una región de España, creo que en Extremadura, en un recuerdo de infancia que se le sale a Jacinta Palerm tan de pronto que nos sorprende y que me hace ver a esas mujeres descritas, como si estuvieran ahí, en la sala. Luego, cuando la ceniza no puede detenerse más y se esparce por el aire antes de llegar al suelo, desperdigándose, así la imagen de esas mujeres se esfuma. Imágenes instantáneas de recuerdos que aparecen, así, de pronto, sin que uno sepa bien cómo…
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.