sábado, 7 de septiembre de 2013

Pozuelos, nostalgia chiapaneca

Un punto de referencia en la cuenca del Valle de Jovel  era el paraje en el que hacía algunos años había trabajado. Fue en 2007 cuando pisé por última vez el paraje de Pozuelos, y ahora, seis años después,  regresaba.  El camino que conducía a Pozuelos era de tierra y las calles del poblado no estaban pavimentadas. El tiempo que invertíamos en llegar al paraje se había transformado a la mitad, ahora. Ese fue el primer choque de mi memoria de mis temporadas de trabajo en Pozuelos: el tiempo había cambiado porque al paraje se llegaba muy rápido y la carretera lo permitía. El poblado había cambiado: casi en su totalidad tiene calles pavimentadas. El espacio de entrada al poblado, donde se encuentran unas cruces, un kalvario, y la casa de uno de los rezadores y curanderos  era un espacio totalmente distinto de aquél que yo conocí. En este espacio cada año se realiza el cambio de Mayordomo del Agua (Martoma Vo’), en fechas cercanas al 3 de mayo. El terreno que ocupaba la casa del curandero y rezador había sido afectado por estas obras de pavimentación y el solar de su casa se veía, ahora, reducido. Daba la impresión de que se encontraba en una “caja de tierra”, porque la casa (y lo que permanece de su solar) se encuentra  a dos metros con relación a la altura del pavimento de la carretera.  Siguiendo por el poblado vi más cambios: la escuela ahora tenía un techo de láminas y se veía remozada y pintada.

 Muchas casas ahora eran nuevas, pero con un estilo distinto al de las casas en Pozuelos. Anteriormente se encontraban casas de adobe y de ladrillo, con techo de lámina la mayoría. Pocas casas de estilo tradicional quedaban en pie, si acaso dos o tres. Al hablar de casas tradicionales, me refiero a las construidas con madera y recubiertas con lodo, cuyo techo es de palmas y hojas en forma de cono. Cuando trabajé en Pozuelos hace años encontré dos casas así. Actualmente habría que constatar si todavía existen o ya han desaparecido. Pero estaba hablando de los cambios. Las casas que resaltaban ahora (resaltaban no por su estética, sino porque el choque de la vista en un contexto tradicional con casas más modestas a un lado o alrededor) eran  de un estilo norteamericano clase media. Me explico: casas de dos pisos, con ventanas de cancel y vidrios polarizados. Algunas con pequeños balcones y ventanas curvas. El camino había hecho que la modernidad llegara más rápido a Pozuelos. Zygmunt Bauman diría que el progreso líquido alcanzó a Pozuelos más rápido por este remedo de autopista de la modernidad, el propio camino que da a Pozuelos. Y en verdad que ha ocurrido de ese modo. 

viernes, 7 de junio de 2013

Regreso a Pozuelos

Me temo que en seis años el paraje Pozuelos que conocí, en Chiapas, ha entrado en la neblina de la desaparición. Es una extensa neblina que va cubriendo los alrededores y que vaticina un futuro incierto. No es que los pueblos deban seguir como siempre, sin cambios, pero la entrada en esta neblina trae paradojas irresolubles. Los caminos, antes de terracería, ahora están empedrados. Casas, antes de adobe y una que otra de madera con lodo y techos de palma ahora conviven con casas de canceles, vidrios ahumados y pequeños balcones. La escuela luce modernizada. Una de las casas que visito ha derruido la estufa Lorena (donde antes hubo un fogón tradicional) y los pobladores la han transformado en una estufa de metal, para irradiar el calor en la habitación. Detrás de esta estufa está un microondas y una estufa de gas. Es decir, donde antes se usaba una fuente energética (la leña) ahora se usa la leña, la electricidad y el gas. Me pregunto si ello es signo del progreso consumista. No se trata de ahorrar energía, sino de desperdiciarla. Se trata de tener. Me embarga una nostalgia por el Pozuelos antes de que entrara en esta neblina. 

martes, 7 de mayo de 2013

Terje


Alguna vez dije que parecía un duende noruego, que por allá se les llaman Alv. La expresión, la cabellera anaranjada, la mirada. Lo conocí precisamente en Bergen, Noruega, hace ya algunos años y he pensado que sí es un duende. Verán: me lo he encontrado en Uganda, África, en un seminario en el que participamos hablando sobre agua y pobreza. Yo no esperaba verlo ahí y él no me reconoció de inmediato.  Se nos hizo extrañísimo toparnos luego de varios años y en una latitud tan distante.
Meses después, una tarde paseando por Marsella, caminando al azar por las calles cercanas al puerto, me lo encuentro tomándose una cerveza, en un barecito del centro. Nos saludamos, hablamos de la coincidencia de encontrarnos de nuevo y nos decimos salud. Sigo mi camino; seguramente en alguna más de estas andanzas me lo volveré a encontrar.

lunes, 22 de abril de 2013

La manzana diaria


Salía de mi aparthotel  (la espantosa palabra para designar un edificio en donde rentan departamentos por tiempo definido, muy parecido a un hotel, sin los servicios de este último) todas las mañanas y me dirigía al Foro Mundial del Agua. Estoy hablando de Marsella, todavía. Sobre la avenida principal que me llevaba directamente a la entrada del Foro, había una tienda de abarrotes. Estas tiendas europeas tienen la ventaja de que no se han uniformizado: de pronto algunas de parecen a las tiendas de cadena que tenemos en México, pero el encontrar al mismo tendero y, muchas veces, con un mandil blanco, las hace diferentes. La gente que va a comprar ahí ya se conoce. Y el tendero me conoció después de una semana de ir todos los días a comprar una manzana. La manzana más cara que pude haber pagado, pero el asunto era así: en Marsella tenía antojo de manzana, ¿qué le voy a hacer?
Iba mordiendo la manzana mientras caminaba hacia el Foro, unas quince cuadras más allá. Me gustaba caminar por esa calle, con una manzana entre la mano y la boca. Paso, mordida, mirada, paso. A veces se me hacía demasiado pronto llegar a la puerta del Foro y necesitaba más calle para continuar con la caminata. La manzana nunca duraba tanto: yo siempre tiraba el rabito en un bote a la entrada del Foro.
Las manzanas se intercambiaban: una vez era roja, al día siguiente era amarilla. Las ocho y tantos de la mañana, y la gente en la calle era diferente. Excepto a los dueños de los puestos de un mercado ambulante que llegaban, a esas horas, con sus camionetas y comenzaban a bajar sus mercancías para poner sus puestos en el camellón. Mismo que encontraba, a mi regreso, atestado de gente… Y yo, de regreso, sin manzana.

jueves, 11 de abril de 2013

Cuatro prisioneros


El Abate Faria y Edmundo Dantés estuvieron encerrados en el castillo de If, según la novela de Dumas. Actualmente como atracción turística se muestran ambas celdas —identificadas mediante un letrerito sobre el marco de las puertas— comunicadas por un hueco en la pared de piedra en donde, extrañamente, se ha puesto una cámara que refleja la imagen de quien se asoma en el espacio de comunicación entre ambas celdas, en un monitor. En una de las celdas hay otro televisor en donde se proyecta la película de 1943 y las escenas que “se vivieron” en esas celdas. Pero no es más que atracción turística. Lo que se puede uno preguntar es quiénes sí vivieron y murieron en ambas celdas; con tristeza uno debe reconocer que los verdaderos ocupantes no son conocidos.
Una celda, subiendo la escalera, se presenta, en sí misma, tenebrosa a la vista. Al leer el letrero sobre la puerta de hierro se vuelve todavía más sombría: “Calabozo para los condenados a muerte. Fray Valére de Foenis, quemado vivo en 1588”. ¿Quién sabe cuántos más fueron traídos allí y condenados a muerte? ¿Por qué razones?
Sigo subiendo las escaleras. Me encierro en una de las celdas de la planta alta. La puerta pesada de madera y los cerrojos apenas suenan, aceitados, seguramente, por los cuidadores del castillo. Saco las manos por entre los barrotes de la puerta, gesto que, seguramente, fue hecho por cientos de prisioneros. Me mantengo unos segundos en esa posición y alguien, tras de mí, susurra…

sábado, 6 de abril de 2013

Un rinoceronte en If


Una pequeña sala de la planta baja alberga un museo, en el castillo de If. Ahí aparece, ampliado, el grabado de Durero (1515) de un rinoceronte. Una de las historias del castillo de If es que albergó, en 1516, a un rinoceronte que había sido un regalo del rey de Guzarat al rey de Portugal. Éste último decidió mandar tan espléndido regalo al Papa León X. En su viaje de Lisboa a Roma, el barco que lo llevaba hizo escala en el castillo de If. Seguramente el asombro fue lo que reinó esas horas en If: la bestia espectacular, increíble, fantástica descendiendo del barco. ¿En una jaula? Quiero pensar que bajó por su propia pata y que los marinos estaban pendientes de cualquier movimiento, porque, según las consejas populares, el rinoceronte era el peor enemigo del elefante, es decir, un ser espectacularmente fuerte.
Horas después, el barco en el que viajaba el rinoceronte de Marsella a Italia sufrió un percance y el rinoceronte murió ahogado. El cuerpo recuperado fue disecado y así se entregó al Papa.
Un año antes de esta visita inesperada a If, Durero había realizado su grabado, basándose en la descripción hecha en una carta por un mercader de nombre Valentim Fernández y en una carta de un desconocido que, además, incluyó un boceto del rinoceronte. Teniendo como referencia estas dos fuentes, Durero hizo su interpretación del rinoceronte y ese grabado se muestra en If, como un homenaje a ese huésped inesperado y extrañísimo que estuvo unas horas en esa fortaleza. 

viernes, 29 de marzo de 2013

Inscripciones


En las paredes del rectángulo formado por la entrada a la prisión de If, aún queda la huella de los que fueron encarcelados: nombres y fechas grabadas en las piedras. Ahí, frente al pozo que daba agua a la fortaleza, las paredes contienen una historia de los prisioneros. Además de Edmundo Dantés, el personaje literario de Dumas, se supone que en el castillo de If estuvieron encerrados el Marqués de Sade y el famoso Hombre de la Máscara de Hierro. Me imaginé a esos tres personajes recorriendo el mismo patio que yo caminaba. Pero en verdad ninguno de los tres estuvo allí. Quien estuvo un año encerrado fue el defensor de la monarquía, el Conde de Mirabeau. Y, según las inscripciones, varios prisioneros estuvieron encarcelados por ser considerados socialistas.  Lo dijo Edmundo Dantés: “El castillo de If es una prisión del Estado destinada solamente a los culpables políticos graves”.

sábado, 23 de marzo de 2013

Llegar al castillo de If




Púsose Dantés de pie, y mirando hacia
donde el barco parecía dirigirse, distinguió en la oscuridad,
a cien toesas, la negra y descarnada roca en que campea
como una esfinge el sombrío castillo de If”.
Alejandro Dumas. El Conde de Montecristo.


El barco enfiló hacia una isla y una fortificación. A la luz de la mañana no era difícil imaginar la fortaleza, la vieja prisión, el llamado Castillo de If. Mientras la gente a mi alrededor, en el mismo barco, señalaba cada quien lo que su atención demandaba —veleros de todos tamaños; un grupo de infantes aprendiendo a remar; la isla próxima; la mar— yo observaba el castillo. Traté de recordar  el sentimiento que embargaba a Edmundo Dantés mientras era conducido hacia ese lugar y tuvo que ser de desesperación. Había cientos de diferencias entre Dantés y yo: él no sabía que era conducido a If; yo había tomado, junto con Pesho, voluntariamente ese barco; Dantés había sido arrestado, yo me había escapado del foro mundial del agua; Dantés forcejeaba con sus captores y fue amenazado con un mosquetón, yo me dejaba conducir mansamente hacia el lugar. Marsella iba quedando atrás y el Castillo de If no parecía estar muy lejos. Luego averigüé que estaba a menos de tres kilómetros del puerto. Pero fueron tres kilómetros de angustia dantesca para el prisionero conducido a esa prisión. No era casual que la visión turística de la agencia que administraba ese barco en el que navegábamos tuviera que nombrarle, precisamente, “Edmond Dantes”, así, sin acento.
El castillo de If se aparecía más claramente, entre un azul turquesa de las aguas. Con el sol de la mañana y la mar azul, el viento golpeando, nada indicaría que esa fortaleza había sido un lugar terrible desde el siglo XVII, cuando If fue convertido en sitio de encarcelamiento. El barco arribó a la isla. La gente que visitaría el castillo comenzó a descender. Tocando tierra no pude evitar un estremecimiento, cuando, al bajar la vista hacia las piedras de la orilla, las sombras proyectadas no eran sólo las de los turistas que bajan con sus cámaras y con sus sombreros: distinguí una sombra que claramente llevaba cadenas y descendía del barco con actitud de desesperanza.

lunes, 14 de enero de 2013

Las ratas


Se deslizan en la noche, con el conocimiento de las calles a su favor. Deambulan en esquinas, cerca de donde la basura se acumula. Son las ratas que alguna vez hubieron de viajar en los barcos del puerto de Marsella, hacia lugares desconocidos. Tal vez hasta alguna rata marsellesa llegó a México, cuando los barcos de refugiados españoles partían de ahí.  Las veo bajo las luces amarillentas de los faroles. Se esconden, pero, de pronto, salen como si nada, sabiéndose dueñas de la noche y de las calles. Sombras rastreras que se mueven y deambulan. Así organizan sus fiestas en la noche, sus juergas, cerca de los muelles. Ahí se desliza una con el pelambre erizado, rata amarillenta que se detiene en medio de la acera, me mira y casi podría jurar, me guiña un ojo.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.