jueves, 26 de enero de 2012

Fuegos fatuos

La noche se viste de pequeños fuegos fatuos en medio del ruido de la ciudad, los autos, las motocicletas. De noche, esos fuegos fatuos destellan y no se mueven, estáticos, sólo moviendo su cuerpo arriba y abajo, transformándose sus colores del azul al naranja, meciéndose, a veces, con el viento que ha empezado a soplar. En formaciones, se observan a lo lejos, y llama la atención la uniformidad con la que están dispuestos. Se recortan en la noche, mágicamente, entre esa absoluta obscuridad que limita la falta de alumbrado público en Kampala. Fuegos fatuos que develan, al acercarse, un rostro en azul, en naranja y en objetos casi irreconocibles que yacen a los pies de los fuegos: las pequeñas velas dispuestas sobre cajas de madera que sirven de apoyo a los vendedores. Se vende un poco de todo, muy difícil de distinguir en la obscuridad. Aunque no se distingue con claridad, todo lo que venden debe tener vida, debe tener un alma, sólo así se explica que el fuego siga ardiendo, hasta ya muy entrada la noche.

jueves, 19 de enero de 2012

Dormir, dormir

Con el tiempo cuatrapeado (nueve horas de diferencia entre Uganda y México), he dormido muchísimo durante el vuelo, a cada ocasión que encuentro cabeceo. Llego al hotel en Kampala y me lleva un botones, a mi cuarto. El cuarto es amplio y la cama tiene un tul encima. Le pregunto al botones si hay mucho mosquito y me dice que no, así que quito el tul y lo dejo a un lado. No sé cuánto darle de propina al botones, así que le estiro dos dólares y se los guarda con una mirada que no descifro. Se desvive conmigo, diciéndome que puede traerme lo que yo necesite. Le doy las gracias y lo acompaño a la puerta. Me ducho, ya necesitaba un buen baño después de tantas horas de viaje. Me relajo. No alcanzo mas que a destender la cama y me echo, desnudo. Me pierdo. Entre la eternidad, de pronto oigo que alguien entra al cuarto. Con el rabillo del ojo veo que es la mucama que me deja una botellita de agua (creo). Ni me muevo ni me acongojo, puede más mi cansancio. Sigo durmiendo. Ese día no sueño o no me acuerdo. Agotado, me despierto, como buen vampiro, cuando la noche ha subido (como decía Pellicer). Y con un hambre del demonio. Por un momento dudo si estoy en África. Recuerdo los letreros en el avión, en inglés y en suajili. Voy a cenar. Luego, a dormir. Dormir…

viernes, 13 de enero de 2012

La desorientación de la pseudo nobleza

Es en el lobby del hotel de lujo al que he llegado (para un seminario sobre pobreza; paradoja) que caigo en cuenta de que mi nombre no está en la lista de habitaciones reservadas. Antes, al llegar al aeropuerto de Entebbe, me había recibido una señora gorda, con mal genio, diciendo que no había escuchado del evento al que fui invitado. Hablaba por celular a gritos, y, por fin, alguien le dijo que me llevara a el hotel Speke. Hasta el penúltimo día de mi salida a África yo sabía el lugar en donde se realizaría el evento, pero el hotel Speke no era tal. Estaba desorientado. Pero podía más mi cansancio. Una vez en el hotel buscaría a los organizadores por teléfono, lo tenía en en mi correo electrónico. Así que me subí a un taxi con un holandés y un africano. Pagamos entre los tres. Y ya frente al escritorio de registro en el hotel, no encuentran mi nombre. Seguro me había equivocado de lugar, seguro. Luego me dicen que mi nombre sí aparece, pero en otra lista y me dan la llave de mi habitación. En esas estoy, esperando amablemente al holandés y al africano a que terminen de registrarse, cuando paseo por el lobby. Se me acerca un hombre delgado, me pregunta que si asisto al evento de agua y pobreza y, alegre de encontrar a alguien del evento, le digo que sí. Pienso que es uno de los organizadores y me indica que no, que también es un participante. Llegó, al igual que yo, al aeropuerto (él desde Ghana) y se desorientó cuando le dijeron que lo llevarían al hotel Speke. Intercambiamos nombres: él se llama Prince. Yo, por un estudio genealógico hecho por una tía de cuyo nombre no quiero ni acordarme, se supone (como se dice, cuenta la leyenda que…) que provengo de un cuate apellidado Morillo que, a la sazón, era Marqués de la Puerta, en el siglo XVIII, en España. Así que ahora somos dos, pseudo nobles, desorientados. Yo, por mi parte, me siento verdaderamente honrado de conocer a un príncipe africano. ¿Es o no este lugar en donde se llevará a cabo el evento al que fuimos invitados? Quedamos de intercambiar información más adelante, para confirmar o ver qué podemos hacer. Mi cansancio no me deja más; miro por el rabillo del ojo y tanto el holandés como el africano ya han terminado su registro. Un botones nos carga las maletas. Me despido de Prince. Si es el lugar o no, lo averiguaré después de un buen sueño.

sábado, 7 de enero de 2012

Los changos

No vi un solo perro en las calles, ni en las afueras del aeropuerto, ni en las partes rurales que visité. No había canes, sólo changos. Cuando salía del aeropuerto de Entebbe, cargando mi maleta a hombros, dos de ellos jugueteaban afuera, entre el asfalto, se correteaban y, al fin, brincaron a un árbol. Creí adivinar que se reían de mí, de mi pinta tan extraña. Después vi más changos, todos acostumbrados a los seres humanos, unos comiendo fruta a desparpajo. Las cosas son muy distintas por estas tierras.

lunes, 2 de enero de 2012

Espesa neblina

Aeropuerto de Nairobi, después de mil horas de vuelo y de espera. Bajo en la pista del aeropuerto, con mucho frío y una neblina densísima. Seguro es la frontera que separa las aventuras europeas de las africanas. Estoy a dos horas de llegar a mi destino final: Kampala, Uganda, en el continente de los exploradores. La neblina es el límite que hay que pasar para llegar al otro lado.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.