sábado, 17 de septiembre de 2011

Ayer, noche

Hay noches más negras que otras. No es sólo porque la luna deja de asomarse por entre las nubes, sino que flota en el ambiente una densidad que hace que el aire se ennegrezca. Ayer fue una de esas noches. Y, por la madrugada, un chubasco. Eso sólo hizo que la madrugada también fuera, todavía, más negra.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Dos botellas de tequila dos

Es la casa de Mercedes. La luz empieza a abandonar el día, así como el tequila abandona la botella. Estamos enfrascados en una discusión que nos ha llevado horas y que nos llevará un buen rato más, hasta la una de la madrugada. Hemos de abrir la segunda botella de tequila, que extrae Mercedes de su alacena, limpia de polvo y pone sobre la mesa. Ya hay combustible y entonces la discusión puede continuar. Pablo y yo fumamos; siempre fumamos. Yo estoy con la atención en la plática y con un ojo puesto en el celular, contestando mensajes, porque estoy viendo la posibilidad de participar en la caravana del sur por la dignidad, la paz y la justicia. Ello no quita que intervenga de pronto en la conversación, que fume, que tome tequila y que vea cómo se abre paso la noche. Hasta el último momento Mercedes enciende la luz. Hablamos un poco acerca de Drácula y del proyecto sobre él que nos aglutina a los tres. Luego, regresamos al tema central, más urgente, más allegado. Ahí seguimos. El tequila empieza a brillar por su ausencia. La conversación se extiende como la misma noche.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Una ruta

Y sube la misma gente, a la misma hora. Ruta enrutada de calle andante, chofer sordo con la sarta de estupideces que vomita la radio, embutida por los oídos y los pasajeros enlamados de tanto ver llover y secarse, y llover y vuelta a secar, que ni una queja producen y que se aferran a sus asientos con las manipulaciones macabras del chofer cafre sin frenos, que cobra, mienta madres, cobra, mienta madres y cobra. Sube el señor que hace años ha subido y bajado en el mismo lugar, con la misma gorra negra y la chamarra, aunque sea invierno o verano. Es, seguramente, guardia privado que cuida alguna empresa, un banco o un negocio y que se dirige a trabajar, diligentemente. Hace años no tenía su credencial que le acredita como anciano autorizado, ahora la muestra, esperando el escupitajo del chofer que perpetuamente le dice (aunque sean diferentes choferes) que ya lleva a un viejo y que sólo se hace descuento una vez por viaje. El pleito, el intercambio de palabras y el rictus del señor que paga ¾ni modo, siempre es ni modo¾ y toma asiento, como todos los días, del lado de una ventana. Y vuelve el chofer a mentar madres y a cobrar, mientras suena estridentemente la música o ese programa radiofónico para idiotas en el que los conductores se la pasan peleándose, como si a la vida real le faltara violencia. Pero ahí vamos, enrutados todos, algunos tratándonos de librar de la estupidez de oídas al ponernos los audífonos y sumergirnos primero en la lectura, luego en el sueño que nos acompaña hasta nuestro destino. ¿Me perdí de algo? El chofer cobra y mienta madres… Y veo a la misma gente, como un sueño en una espiral inacabable.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.