sábado, 29 de noviembre de 2008

La selva sin mujer, la mujer sin selva

Recuerdo, pero no me pregunten de dónde o cómo, la vorágine verde en Centroamérica. La selva abajo, con su verdor floreciente, harta de belleza, extendiéndose más allá de todos los horizontes. Helechos de espectaculares tamaños, árboles añejos poblados de misterios, líquenes, lianas, extraños seres que se esconden. El mono aullador, por todos lados, dejando su rastro sonoro, pero ocultándose. El quetzal que esperamos ver aparecer durante casi una hora, sin resultado. Mientras, he tomado algunas fotografías, muy pocas en verdad. Un Monte Verde de presencias que hunden sus huellas y garras en las hojas secas. A la par del camino, el animal desconocido que gruñe y que nos sigue la pista, tal vez clavándonos su mirada, cuidándose, o esperando un descuido de parte de nosotros. Verde, Monte Verde en Centroamérica, poblado de inmensidad esmeralda con tonalidades grisáceas, azules, violáceas, negras, cafés. Pero todo verde. La llegada nocturna, la copa improvisada, fumar. Una presencia femenina en penumbras de conciencia y de sueños, de anhelos, que se enreda en el humo blanco de la noche. Elucubrar en que hay mujeres que no comparten esa selva abundante. Que prefieren guardar silencio con su cuerpo y que por más que muestran, se esconden. Alebrestado, en este recuerdo, intento sumergirme en una selva que no es. Pero en donde unos ojos me siguen, movimiento a movimiento, desde la espesura de una vegetación que ya no existe. La humedad de mi boca intenta revivir la selva. Son infructuosos mis afanes, la selva no crece, sólo escucho, casi en un quejido, a una hembra de mono aullador, a lo lejos, muy lejos. Y, de pronto, sólo hay, de nuevo, noche que se extiende en el silencio.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Así vino

Hoy, en que no encuentro un camino favorable, o en el que me encuentro en una encrucijada de saberes, querencias y memorias, recuerdo, vívidamente, el tango que emerge de una guitarra. No habría que preguntar por qué lo ubico en la penumbra, como si bajo la luz de un farol nos encontráramos siempre, al filo de una palabra definitiva, ya sea para un rompimiento o para un encuentro benevolente que permita la explosión de un beso único en las notas concurrentes de esta noche. No me pregunten por qué, pero también lo ubico con el sabor de un vino rojo, con el sueño de encontrar una boca que permita novedades acústicas, de una noche que se extienda hasta las tres de la mañana, con ires y venires, salidas y entradas, con la caminata a esas horas en que ni la luna se define en salir y el sol aún está en ayunas. Un tango, al igual que un blues, enredado en mis barbas y en el humo de mi pipa, que recuerda un tiempo no vivido, no existente, no hablado, no soñado, no tocado, un tiempo extraño en el que se conjuga la existencia toda de esta noche que no se me acaba aún.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Maori

Era una conversación nueva, agitada, extraña. Estábamos los dos bajo este cielo cambiante que irradiaba la luz del sol sobre nuestras pieles y, en segundos, una nube cubría el cielo y caían algunas gotas de lluvia, menuda, tímida. Y seguíamos conversando, con tanto qué decir de dos extraños que acaban de conocerse. Aunado a ello, yo contenía una espera de treinta años para entablar una conversación con él. Frente a frente, yo con mis gafas, él ciego desde hacía ya mucho tiempo, pero en pie, de una sola pieza, con la cabeza erguida, altiva, serena. El sol volvía a aparecer. Y las palabras fluían, a mí, que tanto me cuesta hablar; mal conversador me considero. La situación se prestaba para ello, para entablar un diálogo entre el pascuense y el mexicano, a mitad del océano Pacífico, en ese campo yermo con las piedras acariciadas por las olas, un poco más lejos. Una nube gris escupía algunas gotas. Hablé y hablé, con palabras que resultaban nuevas y no se agotaban. Él respondía, de vez en cuando con un tono nostálgico tan natural en esa isla. Hablé de tantas cosas… Hice un recuento de esos treinta años de gran espera.

Y el Moai me escuchaba. Y respondía.
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