viernes, 22 de abril de 2011

Lo veo

Lo veo, ahí, con su chaleco con mil bolsas en las que imagino que aguardan los cigarrillos. Lo veo ahí, hablando desde el corazón, desde su propio dolor derramado sobre la mesa. Lo he visto en la escritura, en la vida, lo he visto en los personajes de sus libros, en la palabra que no se cansa, en el poema que abre caminos y sombras, en el cubículo lleno de humo, en la discusión acalorada, en el otro lado de la mesa, tomando un café. Lo veo tan cercano y tan diferente. Tan lejano y tan semejante. Enciende otro cigarro y me pregunto si algún día parará de fumar, pero creo que es como Mark Twain, quien no paraba de hacerlo. Por cierto, recuerdo que él me regaló una copia de Cartas a la Tierra, de Twain, exactamente. Lo veo y veo un espejo. Veo a mi amigo, al escritor, al editor, al poeta, al hombre, al padre, al hermano. Lo veo y no es quien aparece en los periódicos, en las portadas de las revistas. Lo veo en la caricatura que alguna vez le hice. No deja de ser quien conozco de hace años. Apaga su cigarro con la zuela del zapato y se prepara para encender el siguiente. Javier Sicilia. Acudo a una entrevista en domingo. Callo. Aquí, también, callo.

sábado, 16 de abril de 2011

Ya no más

Somos muchos. Caminamos, gritan, aplaudimos. Somos muchos, caminando juntos hacia un solo lugar. Las palabras nos convocan, y la poesía. No podemos cejar ni abandonar la caminata, vayamos hasta el final. Estamos juntos, juntos habremos de seguir, por un sueño, por un ideal, por un solo pronunciamiento. Vayamos, continuemos juntos, no sólo es por el poeta que caminamos, andamos por un futuro, por crearnos un destino, por hacer camino, por reconstruir un país. Marcha por la paz en Cuernavaca.

lunes, 11 de abril de 2011

Otra vez el vértigo

Subir no presenta problema. Mirar al frente, cada paso firme, viendo el escalón a la altura de los ojos. El primer escollo se presenta cuando tengo que detenerme y pasar por un minúsculo espacio para acceder a un nivel en el que se encuentra una parte de esta inmensa pirámide, levantada hacia el sol, emulando a la torre de Babel, que buscaba tocar el cielo. Ya, que voy paso a paso, agarrando los escalones para evitar, en lo posible, el vértigo. Pero es más mi voluntad para ver ese espacio en el que se encuentra un monstruo de la tierra y esos seres alados que son chaques y que el imaginario popular llama ángeles. Una vez en ese espacio me siento a mis anchas, tomo fotos, doy la vuelta, enfoco, atrapo las imágenes. Vuelvo a tomar otra fotografía de estos seres que me recuerdan algunos lugares de la India. Algunas esculturas talladas en la roca madre de algunos templos, que sonríen a estos seres mayas. Ek Balam, y yo en la pirámide más alta. Y, en lugar de bajar, prefiero seguir subiendo, para tomar una fotografía desde lo alto. Y vuelvo a mirar los escalones a la altura de mis ojos, negando la vista hacia el suelo, para evitar el mareo. Y, cuando alcanzo la cima, sólo me recargo en la piedra, esta vez sí veo hacia abajo y no puedo controlar la sensación de lanzarme cabeza hacia abajo, de caer desde arriba. De que la tierra me jala, mediante un embrujo, no mediante la gravedad que dicen que debería existir. Y trato de tomar una fotografía desde esas alturas, pero apenas puedo sostener la cámara, porque el vértigo me asalta por todos los poros. Ahí me quedo, varado, como un barco en el mar de los sargazos.Inmóvil. Bajo el sol quemante, con esa estaca de vértigo clavada en el alma. Recuerdo a los seres aladas de más abajo y pienso si alguno podría venir a bajarme: Chaac, envía a alguien a ayudarme, yo que he tomado imágenes tuyas, que soy un fiel seguidor de tu figura, de tu estar entre el agua y el viento. Ahí permanezco, avergonzado, en la cima del mundo con una cámara en las manos y sudando a mares, haciéndome parte de la pared, de la pirámide, queriendo convertirme en uno de esos chaques pegados a la pirámide. Ahí me quedo. Permanezco no sé cuánto tiempo más. Tomo aire. Debo bajar. Pero debo juntar valor para dar el primer paso. Vuelvo a aspirar el aire caliente de esas alturas. Y atino a mover, apenas, un pie, con destino al primer escalón. Descender. Ek Balam, Jaguar negro, ven a tirarme desde arriba, ven a darme aliento para bajar. Dame aplomo para regresar a la tierra. Dame aplomo, debo bajar antes de que lo hagas tú, que bajes para asentar tu gran lomo negro sobre la tierra y me observes con esos ojos amarillentos pardos de antigüedad. Ek Balam. Ek Balam.

martes, 5 de abril de 2011

Silencio

A veces a estos andarines les da por el silencio. A veces también abandonan los pasos y las palabras. A veces, como en estos obscuros días, se solidarizan con nuestro amigo, hermano, Javier Sicilia. A veces estos andarines no aciertan mas que a mirarse y prepararse para la caminata, la del día de mañana, para unirse a miles más en una docena de ciudades en México. También estamos hasta la madre. Y estamos con Javier y con tantos otros. Mañana. Caminar. Estar. Unirse.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.