lunes, 22 de abril de 2013

La manzana diaria


Salía de mi aparthotel  (la espantosa palabra para designar un edificio en donde rentan departamentos por tiempo definido, muy parecido a un hotel, sin los servicios de este último) todas las mañanas y me dirigía al Foro Mundial del Agua. Estoy hablando de Marsella, todavía. Sobre la avenida principal que me llevaba directamente a la entrada del Foro, había una tienda de abarrotes. Estas tiendas europeas tienen la ventaja de que no se han uniformizado: de pronto algunas de parecen a las tiendas de cadena que tenemos en México, pero el encontrar al mismo tendero y, muchas veces, con un mandil blanco, las hace diferentes. La gente que va a comprar ahí ya se conoce. Y el tendero me conoció después de una semana de ir todos los días a comprar una manzana. La manzana más cara que pude haber pagado, pero el asunto era así: en Marsella tenía antojo de manzana, ¿qué le voy a hacer?
Iba mordiendo la manzana mientras caminaba hacia el Foro, unas quince cuadras más allá. Me gustaba caminar por esa calle, con una manzana entre la mano y la boca. Paso, mordida, mirada, paso. A veces se me hacía demasiado pronto llegar a la puerta del Foro y necesitaba más calle para continuar con la caminata. La manzana nunca duraba tanto: yo siempre tiraba el rabito en un bote a la entrada del Foro.
Las manzanas se intercambiaban: una vez era roja, al día siguiente era amarilla. Las ocho y tantos de la mañana, y la gente en la calle era diferente. Excepto a los dueños de los puestos de un mercado ambulante que llegaban, a esas horas, con sus camionetas y comenzaban a bajar sus mercancías para poner sus puestos en el camellón. Mismo que encontraba, a mi regreso, atestado de gente… Y yo, de regreso, sin manzana.

jueves, 11 de abril de 2013

Cuatro prisioneros


El Abate Faria y Edmundo Dantés estuvieron encerrados en el castillo de If, según la novela de Dumas. Actualmente como atracción turística se muestran ambas celdas —identificadas mediante un letrerito sobre el marco de las puertas— comunicadas por un hueco en la pared de piedra en donde, extrañamente, se ha puesto una cámara que refleja la imagen de quien se asoma en el espacio de comunicación entre ambas celdas, en un monitor. En una de las celdas hay otro televisor en donde se proyecta la película de 1943 y las escenas que “se vivieron” en esas celdas. Pero no es más que atracción turística. Lo que se puede uno preguntar es quiénes sí vivieron y murieron en ambas celdas; con tristeza uno debe reconocer que los verdaderos ocupantes no son conocidos.
Una celda, subiendo la escalera, se presenta, en sí misma, tenebrosa a la vista. Al leer el letrero sobre la puerta de hierro se vuelve todavía más sombría: “Calabozo para los condenados a muerte. Fray Valére de Foenis, quemado vivo en 1588”. ¿Quién sabe cuántos más fueron traídos allí y condenados a muerte? ¿Por qué razones?
Sigo subiendo las escaleras. Me encierro en una de las celdas de la planta alta. La puerta pesada de madera y los cerrojos apenas suenan, aceitados, seguramente, por los cuidadores del castillo. Saco las manos por entre los barrotes de la puerta, gesto que, seguramente, fue hecho por cientos de prisioneros. Me mantengo unos segundos en esa posición y alguien, tras de mí, susurra…

sábado, 6 de abril de 2013

Un rinoceronte en If


Una pequeña sala de la planta baja alberga un museo, en el castillo de If. Ahí aparece, ampliado, el grabado de Durero (1515) de un rinoceronte. Una de las historias del castillo de If es que albergó, en 1516, a un rinoceronte que había sido un regalo del rey de Guzarat al rey de Portugal. Éste último decidió mandar tan espléndido regalo al Papa León X. En su viaje de Lisboa a Roma, el barco que lo llevaba hizo escala en el castillo de If. Seguramente el asombro fue lo que reinó esas horas en If: la bestia espectacular, increíble, fantástica descendiendo del barco. ¿En una jaula? Quiero pensar que bajó por su propia pata y que los marinos estaban pendientes de cualquier movimiento, porque, según las consejas populares, el rinoceronte era el peor enemigo del elefante, es decir, un ser espectacularmente fuerte.
Horas después, el barco en el que viajaba el rinoceronte de Marsella a Italia sufrió un percance y el rinoceronte murió ahogado. El cuerpo recuperado fue disecado y así se entregó al Papa.
Un año antes de esta visita inesperada a If, Durero había realizado su grabado, basándose en la descripción hecha en una carta por un mercader de nombre Valentim Fernández y en una carta de un desconocido que, además, incluyó un boceto del rinoceronte. Teniendo como referencia estas dos fuentes, Durero hizo su interpretación del rinoceronte y ese grabado se muestra en If, como un homenaje a ese huésped inesperado y extrañísimo que estuvo unas horas en esa fortaleza. 
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.