jueves, 26 de julio de 2012

El árbol desmayado


Gigantesco árbol navideño en la plaza mayor. He llegado ahí a tomar una cerveza, en un pequeño restaurante que conocí en el viaje anterior. Ni modo, animal de costumbres. Pero este arbolote necesita más nieve o más frío, porque está completamente desmayado. Me parece que se inclina y que toca con su cresta a los transeúntes. Los adornos cuelgan como ahorcados y tiene un toque fúnebre. Es curioso cómo esta ciudad vive con la nieve y desfallece sin ella.

Bebo mi cerveza. Observo cómo el árbol se agacha y, al fin, se recuesta sobre la acera. Me descubro inclinando la cabeza, siguiendo su movimiento. Ahí se queda el árbol, presto a pasar la noche, esperando algún copo de nieve que le impulse a levantarse. 

jueves, 19 de julio de 2012

Bruselas sin nieve


La ciudad es tan diferente de cómo la dejé hace un año… La nieve la hacía ver, paradójicamente, más cálida. Ahora no hay nieve, aunque hace frío. Pero la ciudad parece decrépita. Las calles que caminé hace un año me hacían resbalar, ahora no hay ni aguanieve. El viento sí es frío y la bufanda y los guantes me ayudan a agarrar calor. He dejado a Markus tras la reunión de un día completo, en la sede de la Comisión Europea y ahora camino a mis anchas. Markus, por cierto, quedó afónico después de la reunión, no tanto por haber ejercitado hasta el paroxismo sus cuerdas vocales, sino por los nervios de la reunión boxística que tuvimos con los evaluadores de la Comisión Europea. Al dirigirme hacia el metro, por cierto, encuentro a los tres evaluadores en una esquina. Me saludan amablemente, me sonríen. Se ponen de acuerdo hacia dónde ir, seguramente a cenar. Para mis adentros espero que no me inviten con ellos y no lo hacen. Decido caminar hasta mi hotel. Decido ver esas calles de manera diferente a como las había recorrido. Quiero una cerveza, obscura. Enciendo una pipa y me fumo el caminar en la noche que va cayendo sobre la decrepitud de la ciudad sin nieve.

martes, 10 de julio de 2012

Me detienen sin razón o Do we have a story here?



No he tocado aún suelo holandés, ya que estoy sobre la plataforma que conecta el avión con una sala del aeropuerto de Schipol. Me detienen agentes de migración vestidos de civil que me muestran, orgullosos, sus placas.

Me retiran mi pasaporte y me invitan a sentarme en la sala de espera. Detienen a otros pasajeros más, todos con pinta de proceder de países “en vías de desarrollo”. Una agente de migración guarda, con gestos de malvada, mi pasaporte entre las manos, junto con los de los demás pasajeros detenidos. A un hombre frente a mí, que se tocaba un costado y se doblaba del dolor, le interrogan. Hasta donde entiendo pasó por México y va de regreso a Dubai. Tiene un dolor agudo en un costado, aunque de pronto pienso que está fingiendo. Abren su maleta y lo registran, minuciosamente. Lo dejan ir.

Revisan a los demás y al final quedo yo, con dos agentes de migración, la malvada y un tipo de cabello corto y cara de amable. “El policía malo y el bueno”, pienso. Empiezan a interrogarme, revisan mi maleta. Revisar es poco: la vacían, caen al suelo unos calcetines, sacan a flote mis calzones. Me piden les compruebe que tengo reservación de hotel, me solicitan que les muestre mi itinerario y una invitación a la reunión a la que asistiré en Bruselas. Lo único que llevo impreso es mi itinerario de vuelo. De Schipol saldré (o saldría, pienso en ese momento), hacia Bruselas. Había anotado la dirección de la reunión y de mi hotel en una libretita que me ha servido de memoria. Así lo digo, “Let me see my memory card” y muestro mi libreta. A la guardia no le hace gracia. El otro agente sonríe y la toma.

Revisan mi pasaporte, encuentran el visado de Uganda y comprueban que pasé por Holanda hace tres días. Me preguntan mil cosas, arrebatándose la palabra. Creen que tienen un caso: un mexicano que ha estado dos veces en menos de una semana en Amsterdam. No pueden creer que  alguien haga un viaje así de largo en tan corto tiempo.

Me preguntan si tengo mucho dinero para costearme los viajes, no lo pueden creer. No los culpo: ¿quién pudiera creer la estupidez regada en las instituciones mexicanas por más que explico que por culpa del sospechosismo fascista de la contraloría mexicana uno no puede tomar dos días de vacaciones, uniendo dos destinos internacionales? Eso hubiera permitido un ahorro a la Nación. Pero como el león cree que todos son de su condición, prefieren ver corrupción por todos lados.

Los agentes aduanales se miran. Parece que comparten un código secreto. Me piden les compruebe mi reservación de hotel en Bruselas. Les digo que si hay conexión a internet puedo mostrarles mi correo de reservación. Se miran. Les digo que traigo una computadora portátil (ellos ya la vieron, por supuesto). El tipo acaba de sacar de mi maleta mi tubo de Salbutamol. Lo ve y le da vueltas entre las manos. Hago mímica, mostrándole cómo lo utilizo. El tipo lo deja y entonces toma mi cuaderno, lo abre, hojea, lee lo que su escaso entendimiento del español le deja, mientras lo guarda; revisa mi “memory card”. Le señalo las direcciones del hotel y del lugar de la reunión, anotadas por mi puño y letra.

Han pasado más de quince minutos. Cuando estoy por encender mi computadora, me piden que la guarde. El tipo dice, de nuevo, que por qué en el primer viaje fui de México a Amsterdam, luego a Nairobi y a Uganda. Y por qué regreso a Amsterdam tres días después. No se lo pueden explicar. Les doy la razón, se los digo: la estupidez mexicana no es explicable. He de argumentar más, me preguntan que dónde trabajo, quién paga el viaje, el motivo, a quién voy a ver.

Interrogatorio de película y la guardia con su rostro agrio. Ya tengo ganas de orinar y ellos siguen con sus preguntas… que cuántos días estaré en Bruselas, que por qué sólo tres días, que por qué estuve antes en Amsterdam, que a dónde voy, que si tengo direcciones o contactos… Me acuerdo de Markus, a quien veré en la reunión y maldigo los viajes relámpago a Europa que me invita a hacer… Y yo vuelvo a responder. Una, otra, otra y otra vez.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.