Nos despedimos con un fuerte
abrazo, sin intercambiar direcciones de correos, como si estuviéramos seguros
de poder encontrarnos fácilmente de nuevo. La maleta morada la toma una mujer
japonesa en un kimono corto de color escarlata y con pantalones de mezclilla,
quien espera a Jodo con una amplia sonrisa. Se reciben con gusto y con un mar
de besos en las mejillas. Un hombre alto, altísimo, flaco y con bigote, sonríe
y recibe un abrazo de Jodo. Él me presenta como un amigo, saludo a ambos y Jodo
se despide de mí. Me desea buen viaje a Marsella y se aleja, con lentitud,
entre la muchedumbre, con sus guardaespaldas, casi personajes creados por él. Me
da la impresión de que Jodo los creó específicamente para que lo recogieran en
el aeropuerto. Los veo alejarse. Yo tomo hacia la terminal de trenes, para
viajar a mi destino, Marsella. Ha sido un adiós con gesto de saludo.
jueves, 15 de noviembre de 2012
viernes, 9 de noviembre de 2012
Y nos metemos en un anuncio
Jodorowsky me dice, mientras
caminamos de nuevo juntos: “Mira, ¿vamos por ese pasillo o por ahí?” Y me
señala un anuncio pintado sobre una de las paredes del aeropuerto. Es un
anuncio que semeja los pasillos del aeropuerto Charles de Gaulle, pero con
colores pastel y figuras humanas estilizadas, amarillas, naranjas, azules. Me
detengo y él duda un poco, pero también se detiene. Señalo hacia el gran anuncio,
casi un mural. “Por ahí”. Y emprendemos el camino entre las figuras de colores,
que nos reciben con sonrisas de crayón. Caminamos sobre el piso azul claro y
nos asomamos a los aparadores que, de lejos, parecían contener sólo líneas
pintadas y que, ya de cerca, revelan artículos inexistentes en las tiendas del
aeropuerto. Objetos verduzcos con tres patas y una especie de bastón sobre
ellos; paraguas sin tela, pero con flores entrelazadas; sacos de cuatro mangas;
bufandas con pantuflas… Caminamos un buen rato, hasta que volvemos el camino,
cuando notamos que nuestra piel es de color naranja y tememos volvernos parte
del mural. Retomamos el camino hacia los aparadores reales del aeropuerto. Y
seguimos caminando por ahí, sin maravillarnos como lo hicimos momentos antes.
Noto que, pegado a mi zapato, traigo un color que se va deslavando, se esfuma,
conforme nos adentramos en la sala donde recogeremos el equipaje. Jodorowsky
toma, de la banda móvil, su maleta morada, muy parecida a los objetos que vimos
en nuestra pequeña excursión en aquel mural de colores pastel.
lunes, 5 de noviembre de 2012
Conversación pánica
Alejandro
Jodorowsky y yo descendemos por las escaleras del avión. El viento helado
golpea nuestros rostros. Bajamos lentamente y nos dirigimos al autobús que nos
llevará a una de las terminales del aeropuerto Charles de Gaulle.
Yo: Qué frío.
J: Sí.
Yo: Entonces,
Jodo, ¿estabas en México?
J: Sí, pero
viajaré a Santiago.
Yo: ¿Cómo?
¿Vía París?
(Estruendosa
carcajada).
J: Estuve en
Chile, pasé a México, vengo a París y regresaré a Chile en unas dos semanas. ¿Y
tú trabajas en qué?
Yo: Trabajar,
trabajar, en un instituto de agua. Hacemos estudios sociales sobre el agua.
Pero escribo, edito libros…
J: Ah,
entonces, eres un hacetodo. Mira, nos bajamos de un avión, nos subimos a otro
avión, pero sin alas, para que nos lleve al aeropuerto.
Yo: Un avión
oruga.
J: Pero
decime, estoy consiguiendo financiamiento para hacer una nueva película. Por
eso estuve en Chile y por eso voy a regresar.
Yo: ¿Y de qué
es la película?
J: Vos decime,
¿qué crees? ¿Qué el petróleo sea como la sangre de la tierra?
Yo: Bueno, yo diría que el agua.
J: Ya, pero tú
trabajas en agua. Si trabajaras en petróleo dirías que sí.
Yo: Tal vez…
J: ¿Tal vez
qué? ¿Qué la sangre de la Tierra es el petróleo? Bulle, está bajo su piel, se
le extrae como líquido preciado, es la huella y la presencia de los
dinosaurios, los antecesores. La sangre tiene a nuestros antepasados también. O
el petróleo de la Tierra es el agua como en el cuerpo humano.
Yo: Visto así,
puede ser. Pero, ¿por qué la semejanza de una con otra?
J: Es por la
película. El argumento principal es ése. Pero contame ahora de ti, ¿qué haces?
Yo: Somos los
loquitos sociales en un instituto de ingenieros. Hacemos toda clase de investigaciones
sociales sobre el agua, agua e indígenas, agua y conflictos, agua…
J: ¿Y vos
crees que las guerras del futuro serán por el agua?
Yo: Es una
exageración. No creo que sea para tanto.
J: Más bien el
sistema es el que quiere el control del agua. ¿Crees que hay un grupo que
controla lo que sucede en la Tierra?
Yo: Sí y no.
No un grupo, sino entes sin identidad definida, más bien consorcios, empresas,
agrupaciones de poderosos adinerados. Pero no personas, como en las películas
de espionaje. No creo que haya genios locos y dictadores moviendo tras
bambalinas lo que sucede en el mundo.
J: Ni yo, pero
de que hay un control y alguien o algo controla las cosas que pasan, creo que
lo hay. ¿Y estudias el simbolismo del agua?
Yo: A veces,
cuando trabajamos en comunidades indígenas.
J: Bueno, con
el simbolismo del agua siempre llegas a la madre. No hay otra cosa que decir
agua para decir madre, ¿no?
Yo: …
J: ¿Y te vas a
quedar en París?
Yo: No, mi
destino es Marsella.
J: Anda, vas
para que te lean el Tarot. ¿Conoces el Tarot de Marsella?
Yo: Claro,
pero no voy a que me lean el Tarot, ojalá… deberías leérmelo tú.
J: Lo leo en
un café en París, si tienes tiempo podes acercarte.
Yo: Ojalá
tuviera tiempo. Voy a Marsella por el Foro Mundial del Agua.
J: Claro, el
agua… Anda, que llegamos a la terminal.
Bajamos. Nos
separamos en la fila de migración. El agua, la sangre, el petróleo, el control,
las guerras, el simbolismo, el Tarot, Marsella… Y la larga fila que da vueltas
y vueltas como serpiente, como mis pensamientos. Todo se enreda.
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