Durante el trayecto a París yo me
pongo a leer, veo películas y duermo. Cada que volteo a ver a Jodo, al otro
lado del pasillo, le encuentro o dormido o escribiendo. Se duerme. Luego, se
agita un poco y despierta, para tomar enseguida su libreta negra Moleskine y ponerse a anotar, supongo
que sus sueños o sus sensaciones. No puedo dejar de recapacitar que yo también
llevo mi libreta Moleskine negra, de
hojas amarillentas, igual que la de Jodo. Idéntica. Otra coincidencia. Por lo
menos usamos las libretas para anotar impresiones, sensaciones, descripciones,
sueños, no para anotar citas o recordatorios de asuntos que ni valen la pena.
Digo, porque conozco al menos dos personajes que así lo hacen. Uno ha copiado
al otro. Ambos trabajan en el mismo lugar que yo. Acá, hacia París, hay coincidencia.
Dos veces trato de hablar con Jodo, pero no lo veo de humor para conversar, así
que regreso a mi asiento, o camino un rato por el avión. Él sigue escribiendo y
durmiendo. Come poco y bebe mucha agua.
Once horas pasan. Yo duermo, también, pero al despertar no tengo ninguna
imagen; al contrario de Jodo, que platica con el extraño ser que ha soñado y
ahora se recuesta en su hombro, mientras un color extraño flota, haciendo
círculos, en el aire, sobre el asiento. Y Jodo sonríe. Y luego frunce el ceño.
Y vuelve a dormir… Y yo con mi dormir fatigado, me asalta una sensación de
frustración, al no poder reencontrar mis propios sueños.
viernes, 26 de octubre de 2012
sábado, 20 de octubre de 2012
Un encuentro pánico IV
La señorita extiende la mano y me
repite que pase. Con la otra me entrega un pase de abordar. Me han conseguido
un lugar. Agradezco al muchacho tras el mostrador, quien me hace un gesto de
saludo y me indica que pase al avión, soy el último pasajero (no puedo dejar de
pensar en Ridley Scott) y me dirijo por la gran garganta metálica hasta la
puerta del avión, en donde una azafata con una gran sonrisa me dice
“Bienvenido” y, después de ver mi número
de asiento me indica por el pasillo que debo tomar.
Entro y lo primero con lo que me
encuentro es con el rostro expectante de Jodo. Se sonríe. Me sonrío y le vuelvo
a saludar. Le comento que el vuelo estaba lleno y que sólo he podido conseguir
lugar porque él iba en el vuelo. Eso sólo sucede contigo, le digo. Se ríe y me
dice que luego platicaremos. Veo mi pase de abordar y descubro que me han dado
un asiento en clase Premier, la misma donde viaja Jodo, es más, para colmo, en
la misma fila en la que va él, así que nos separa sólo un pasillo. Esto me pasa
sólo porque viaja Jodo, me digo. Luego elucubro toda clase de cuestiones, nada
racionales, pero todas emparentadas con Jodorowsky. Me siento en el mullido
asiento, el altavoz escupe la voz del capitán que anuncia la salida del vuelo.
Paladeo, como nunca, la copa de vino que me han ofrecido, antes de partir.
martes, 16 de octubre de 2012
Un encuentro pánico III
Con paso rápido me dirijo a la
puerta de salida del vuelo con destino a París. La cosa no se puede quedar sólo
así, porque entablar una promesa es cumplirla, aunque fuere con un desconocido.
Así que llego a la puerta y veo a algunas personas esperando lugares en el
vuelo, que, me entero, fue sobrevendido. Dos pasajeros pasan con sus maletas,
muy orondos, al final. Y yo garabateo una nota en mi libreta:
Estimado Jodo:
Incumplo mi promesa, no puedo viajar a París, no hay más lugar.
Buen viaje.
Le hago señas a una de las
señoritas que organizan el abordaje del avión. Le explico muy sucintamente la
historia y le extiendo el papel amarillento, doblado en cuatro y en cuya cara
frontal he anotado: “Alejandro Jodorowsky”, y una raya horizontal debajo. Ella
me pide que espere un poco. Se acerca al mostrador, al lado de la puerta que
tiene la gran garganta que conduce a la panza del avión. Duda. Regresa al
mostrador. Se dirige conmigo y me dice que espere un poco. Regresa al
mostrador. Duda. Ya es hora de que el avión parta. Ya no hay más pasajeros por
subir. En mi apuro no había notado que en el mostrador está el chico que me
documentó y que me dijo que me esperaría, junto con Jodorowsky, en la sala Premier.
La señorita se acerca conmigo, quita el cordón retráctil y me dice que pase.
Pienso que me dejará pasar, como una situación especial, para que me despida
personalmente de Jodo. Encuentro pánico de tan sólo minutos…
martes, 9 de octubre de 2012
Un encuentro pánico II
Ah, pero, cómo va a ser, si
Jodorowsky…, si me permite, joven, le digo al muchacho del mostrador de la
aerolínea, despedirme sólo del señor, porque le dije que viajaría con él. El
joven accede, un tanto apenado y me dice que me esperarán en la sala Premier del
aeropuerto. Que allá me dirija. Con mi pase de abordar a nueve horas de
diferencia, me voy directo a la sala de espera. Dos hombres en sillas de ruedas
se dirigen a mí en la puerta. Uno me pide mi pasaporte y el pase de abordar. Lo
ve con detenimiento y, con cierta pena, también, me dice que no pueden dejarme
pasar, porque faltan muchas horas para que parta mi vuelo. El otro hombre en la
silla de ruedas sólo me ve. Les cuento que sólo quiero pasar a una sala de
espera VIP para despedirme de alguien con quien viajaría a París pero que, como
el vuelo se llenó, no podré hacerlo. Ambos se miran y, como si se hablaran con
la mente, al unísono me dicen que avance. El segundo, que había permanecido en
silencio me dice, además, que esconda mi pase de abordar para que no lo vean
los agentes aduanales y me regresen. Así, entro. Franqueo sin problemas el
detector y me dirijo, casi corriendo, a la sala Premier.
La recorro, con la esperanza de
ver a Jodorowsky. Pero no está ahí. Seguramente ya han anunciado el vuelo y ha
ido abordar. Lo he perdido de nuevo. Un mesero se acerca y me ofrece algo de
tomar. Salgo de la sala Premier y permanezco unos segundos parado sin saber a dónde
ir. Me acerco al tablero de salidas y llegadas de vuelos. Identifico el vuelo
en el que me iría, el mismo en el que viajará Jodorowsky. El tablero marca que
el vuelo ya ha sido abordado y está a punto de salir. Me repito: un encuentro
pánico de tan sólo minutos.
sábado, 6 de octubre de 2012
Un encuentro pánico I
La fila es larga y he tardado
mucho tiempo en documentarme. Hay algún problema con el vuelo y la fila crece,
como cola de lagartija infinita. Al frente veo a un señor que me parece conocido,
canoso, mayor. Le llevan una silla de ruedas, a petición de una mujer que
parece acompañarle. Creo reconocer al hombre,
y para lograrlo enteramente me quedo mirándole fijo, aunque él ni cuenta
se dé. Estamos como a ocho metros de distancia. Al fin, con ayuda de un mozo
que toma la silla de ruedas, lo acercan al mostrador. La mujer que lo acompañaba pierde la
paciencia, algo le dicen sobre el vuelo. Camina, al frente de los mostradores,
como buscando algo que no encuentra y pasa frente a mí. Para corroborar mi
percepción, le pregunto por la identidad del susodicho, y ella me contesta
afirmativamente. Medio escucho que volará a París, igual destino que el mío.
El personaje que se me hizo
conocido termina su trámite de documentación y, mientras avanzo lentamente en la fila, él pasa frente a mí. Poso mi mano sobre su brazo, como si se tratara de un viejo amigo (para mí lo es, aunque yo
para él soy un perfecto desconocido) le saludo por su nombre y me presento. Le
digo que será un honor viajar con él a París. Me sonríe y me dice que también
el gusto será para él y que nos veremos en el avión. La mujer intercede: me
dice que viajará solo y que si puedo hacerme cargo de él. Ni hablar, qué mejor
momento y qué mejor oportunidad para conocer a Alejandro Jodorowsky, quien me
sonríe desde la silla de ruedas.
Mientras la fila avanza a paso de
tortuga, comienzo a fantasear sobre una conversación con Jodo, en el avión.
Pienso que sería una excelente oportunidad para que me lea el Tarot, si es que
él trae uno consigo. O tal vez hablar de algunos sueños recurrentes, o hacer un
cadáver exquisito entre los dos.
La fila avanza. Al fin llego al mostrador, con el tiempo
peligrosamente recortado para la hora de mi vuelo. Me dan mil disculpas y me
dicen que el vuelo está lleno. Me ofrecen un viaje a París gratis, me ofrecen
una salida a París desde Miami (les digo que no puedo entrar a Estados Unidos),
me ofrecen una conexión en Cancún… Y al fin me dan un boleto para que salga
nueve horas después, con escala en Madrid; ello incluye comida pagada y
alojamiento para descanso en un hotel cerca del aeropuerto…
Se esfuman los pensamientos sobre
departir con Jodorowsky. También se esfuma el llegar a tiempo a mi hotel en Marsella, mi destino
final. Un encuentro pánico de minutos, con una promesa no cumplida. Mal inicio
de un viaje.
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