He cenado en los
puestos navideños que se instalan en la plaza cerca de donde está mi hotel y me
he tomado una cerveza de las más obscuras que he podido encontrar. He pululado
por la plaza, aspirando el viento frío de la noche y me he quedado observando y
escuchando a un grupo de músicos callejeros, como acostumbro hacer. Me atrae la
música en plena calle, y me quedo perplejo ante las notas que se desprenden de
los instrumentos y que suben o bajan a media plaza, entre el barullo de la
gente que se amontona para comprar dulces, pasteles, cerveza, gorros, comida,
un poco de todo. Así, me voy a mi hotel, ya tarde. Y no puedo dormir. Al día
siguiente he de salir muy temprano. Pero no puedo conciliar el sueño: las
imágenes auditivas, olfativas, visuales son demasiadas para dejar en paz mis
sentidos. Recostado, en plena obscuridad, espero la llegada del sueño, rodeado
de recuerdos.
domingo, 30 de septiembre de 2012
martes, 25 de septiembre de 2012
Tren a Bélgica
La noche se ha
instalado alrededor. Apenas llegué a tomar el tren de regreso, una hora más
tarde de lo que tenía programado, porque escaparme del pasado en Brujas me
costó trabajo. Tengo los ojos llenos de imágenes, el cuerpo, de sensaciones. No
duermo en el trayecto, sino que observo la noche y las luces que se deslizan
por las ventanas del vagón. Saco mi libreta, para anotar lo que he vivido
durante el día, pero las palabras se niegan a aparecer: son más fuertes las
imágenes y no puedo reducirlas a lenguaje escrito. Será más adelante. Mientras,
pienso en la inmensidad de la noche, del mundo, y en la inmediatez de mi
inminente regreso a mi país, al día siguiente. Me siento tan pequeño en un
mundo tan amplio, tan grande, tan rotundamente lleno de historia, de caminatas,
de maravilla. Me asalta la idea de perderme en Bélgica, de hacerme el
desaparecido. Las luces anuncian que el tren está próximo a llegar a una nueva
estación.
sábado, 8 de septiembre de 2012
Por casualidad, el Medioevo
Y cuando me
dirijo hacia la estación para tomar el siguiente tren, con una decepción por
estar escasas horas en Brujas, se me ocurre caminar por una calle aledaña por
la que penetré en la ciudad y encuentro un paisaje medieval que me atrapa y me
jala hacia él. Es un viaje en el tiempo, con un viejo castillo que se sostiene
con una enredadera escarlata que se adhiere a la piel de sus paredes. Un amplio
patio. Una casa de madera con la luna al frente y las enredaderas. Pequeñas
figuras en los remates, que no puedo identificar y que la cámara se niega a
enfocar con nitidez. Sigo caminando, bordeando el castillo y llego a un canal
con un puente de piedra. Camino con lentitud, saboreando el Medioevo,
descubriendo casas muy antiguas, puertas, ventanas. Atravieso el puente y los
cisnes alzan las cabezas, sin verme. Cascos de caballo perturban mis oídos
mientras atravieso el puente y me obligan a detenerme. Un carruaje pasa al
fondo y penetra en un arco de piedra. La luz se escapa del día y apenas alcanzo
a sacar algunas fotografías y a descubrir un destello del pasado. Una calle
revela el costado de una iglesia, una torre, el piso de piedra, la ausencia de
gente. Mientras la noche cae alrededor, camino por esa calle y me descubro
esperando las presencias de personajes antiguos, de seres que pueden caminar
eternamente por esta calle. Unas cuantas gárgolas esperan la llegada de la
noche, encaramadas en torres que se van obscureciendo. Sigo caminando. Me
detengo. He escuchado pasos tras de mí.
martes, 4 de septiembre de 2012
La cámara de los vientos
Los vientos
golpean desmedidamente el alto de la torre de la iglesia de Brujas. Son vientos
airados que recuerdan los relatos de mares embravecidos, de los vientos
terribles que soportó Gordon Pym. El viento tiene sustancia, empuja, mueve,
obliga a ladear el rostro para poder respirar. La parte más alta de la iglesia
es la cámara de los vientos, en donde se pasean a su antojo y se cruzan, fríos
como cuchillas de hielo. Ahí mismo, se observa Brujas en su esplendor. La plaza
principal, los canales antiguos… Y el viento que azota tratando de mantener la
conversación con sonidos ululantes que traspasan la torre de lado a lado.
Labradas en las piedras de la torre hay inscripciones indicando la distancia a
ciudades, como Bruselas, marcada con una línea la dirección recta, como una
brújula. Hay un mensaje en los vientos. Me quedo un buen rato allá arriba,
escuchando, tratando de descifrar esas palabras que golpean la cara, el cuerpo.
Debe haber un mensaje. Sigo escuchando.
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