Me encamino
hacia el centro de la ciudad, tratando de seguir a todos los turistas que han
descendido del tren. Paso junto a un edificio con una puerta abierta y alcanzo
a ver, con el rabillo del ojo, un pequeño jardín interior. Me detengo y aplico
reversa a mi andar. Me asomo. La puerta abierta invita a pasar. Y lo hago.
Adentro veo el jardín interior con plantas casi secas y un trío de orientales
con sus cámaras en mano. Observo el edificio por dentro, no es tan viejo como
parecía la fachada, o tal vez ha sido reconstruido. Los orientales sonríen y
toman fotos a dos rabinos jóvenes que están sentados al pie de una escalera.
Parece que posan para los orientales. No sé por qué, entrego mi cámara a uno de
los fotógrafos y le pido si puede sacarme una foto junto a los rabinos. Me siento
junto a ellos, los saludo, me sonríen y nos retratan. Luego, con un inglés
masticado, los rabinos me indican que es la primera vez en Brujas, que son de
Israel y que están maravillados con la ciudad. Yo les digo que también es mi
primera vez en Brujas y que soy mexicano. Abraham es el más amable y el que más
intenta hacerse entender en inglés. Charlamos un rato más y luego me despido.
Les doy la mano, ellos se despiden con el “Shalom” respectivo y yo les repito
su deseo. Salgo del edificio. De pronto me detengo, de nuevo. Me asalta la duda
de que si regreso unos pasos y vuelvo a penetrar al edificio, encontraré a los
rabinos, o se han esfumado. Prefiero quedarme con la imagen y la despedida. Por
lo menos la cámara sí nos registró, sonrientes, a los tres.
domingo, 26 de agosto de 2012
sábado, 18 de agosto de 2012
La pequeña puerta
Minúscula entrada en
plena ciudad. Entre dos tiendas. Con un arco y una figura que lo remata. El
letrero, más arriba: “Au bon vieux temps”. Me imagino la pequeña casa que
apenas debe ser tal, porque las dimensiones de la puerta son escasísimas. No
será ancha la estancia, sino larga. Pero la casa detrás de la puerta no debe
medir más que un brazo extendido. Me dirijo hacia allá y entro. Un pasillo
largo, un callejón, me espera, con paredes de ladrillo rojo, burdamente
terminadas, no hay grafitis y hay poca basura. Pero se trata de la entrada a un
callejón. De noche tal vez podría parecer siniestro. Me asomo, tratando de
dilucidar si estoy entrando a terreno prohibido o peligroso. Ventanas tapiadas
y con rejas, a la izquierda. A la derecha, la barda de ladrillo. Y al fondo
otro letrero: “Conserdork”, que no puedo descifrar, y una luz intensa al fondo,
donde debería haber obscuridad. Con la curiosidad alebrestada, me encamino
hacia la luz, por ese callejón incoherente en la zona comercial de la ciudad.
Llego a la zona de la luz y me asombro, pero a la vez me decepciono: se trata
de un centro comercial de grandes dimensiones, escaparates, luces… La entrada,
tal vez, funcionaba a ciertas horas, para que quien penetrara pudiera llegar a
los viejos tiempos de la ciudad y conocer otras épocas. Tal vez no había
entrado a la hora correcta.
sábado, 4 de agosto de 2012
Tin Tin
Siempre
corriendo lo veo, ya sea en escaleras o detrás de un aparador. En una escena
viene el capitán corriendo escaleras abajo, también. En la otra el fiel Milú.
Para mí no es moda ni aparece en escena con la película actual, porque ese
periodista explorador y aventurero ya existía mucho antes. Verlo en su tierra
natal es lo extraordinario.
Se aparece en la calle, a plena luz del día y de
noche, en el edificio iluminado que lleva su nombre. No se puede obviar una
visita a Bruselas sin darse un encontronazo con este personaje. Ahí está otra
vez y yo, como Alicia con el conejo, salgo disparado tras él.
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