domingo, 26 de agosto de 2012

Los rabinos en Brujas


Me encamino hacia el centro de la ciudad, tratando de seguir a todos los turistas que han descendido del tren. Paso junto a un edificio con una puerta abierta y alcanzo a ver, con el rabillo del ojo, un pequeño jardín interior. Me detengo y aplico reversa a mi andar. Me asomo. La puerta abierta invita a pasar. Y lo hago. Adentro veo el jardín interior con plantas casi secas y un trío de orientales con sus cámaras en mano. Observo el edificio por dentro, no es tan viejo como parecía la fachada, o tal vez ha sido reconstruido. Los orientales sonríen y toman fotos a dos rabinos jóvenes que están sentados al pie de una escalera. Parece que posan para los orientales. No sé por qué, entrego mi cámara a uno de los fotógrafos y le pido si puede sacarme una foto junto a los rabinos. Me siento junto a ellos, los saludo, me sonríen y nos retratan. Luego, con un inglés masticado, los rabinos me indican que es la primera vez en Brujas, que son de Israel y que están maravillados con la ciudad. Yo les digo que también es mi primera vez en Brujas y que soy mexicano. Abraham es el más amable y el que más intenta hacerse entender en inglés. Charlamos un rato más y luego me despido. Les doy la mano, ellos se despiden con el “Shalom” respectivo y yo les repito su deseo. Salgo del edificio. De pronto me detengo, de nuevo. Me asalta la duda de que si regreso unos pasos y vuelvo a penetrar al edificio, encontraré a los rabinos, o se han esfumado. Prefiero quedarme con la imagen y la despedida. Por lo menos la cámara sí nos registró, sonrientes, a los tres. 

sábado, 18 de agosto de 2012

La pequeña puerta

Minúscula entrada en plena ciudad. Entre dos tiendas. Con un arco y una figura que lo remata. El letrero, más arriba: “Au bon vieux temps”. Me imagino la pequeña casa que apenas debe ser tal, porque las dimensiones de la puerta son escasísimas. No será ancha la estancia, sino larga. Pero la casa detrás de la puerta no debe medir más que un brazo extendido. Me dirijo hacia allá y entro. Un pasillo largo, un callejón, me espera, con paredes de ladrillo rojo, burdamente terminadas, no hay grafitis y hay poca basura. Pero se trata de la entrada a un callejón. De noche tal vez podría parecer siniestro. Me asomo, tratando de dilucidar si estoy entrando a terreno prohibido o peligroso. Ventanas tapiadas y con rejas, a la izquierda. A la derecha, la barda de ladrillo. Y al fondo otro letrero: “Conserdork”, que no puedo descifrar, y una luz intensa al fondo, donde debería haber obscuridad. Con la curiosidad alebrestada, me encamino hacia la luz, por ese callejón incoherente en la zona comercial de la ciudad. Llego a la zona de la luz y me asombro, pero a la vez me decepciono: se trata de un centro comercial de grandes dimensiones, escaparates, luces… La entrada, tal vez, funcionaba a ciertas horas, para que quien penetrara pudiera llegar a los viejos tiempos de la ciudad y conocer otras épocas. Tal vez no había entrado a la hora correcta. 

sábado, 4 de agosto de 2012

Tin Tin


Siempre corriendo lo veo, ya sea en escaleras o detrás de un aparador. En una escena viene el capitán corriendo escaleras abajo, también. En la otra el fiel Milú. Para mí no es moda ni aparece en escena con la película actual, porque ese periodista explorador y aventurero ya existía mucho antes. Verlo en su tierra natal es lo extraordinario. 

Se aparece en la calle, a plena luz del día y de noche, en el edificio iluminado que lleva su nombre. No se puede obviar una visita a Bruselas sin darse un encontronazo con este personaje. Ahí está otra vez y yo, como Alicia con el conejo, salgo disparado tras él.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.