Debíamos esperar unas diez horas
antes de salir al aeropuerto, para regresar cada quien a su país. Juan
Fernando, a Ecuador; yo, a México. El primer tramo lo haríamos juntos, hasta
Amsterdam. De ahí cada quien seguiría su camino. No podíamos salir a Kampala,
nos recomendaron no hacerlo solos, así que preparamos las maletas, desayunamos
con toda celeridad y, durante el día no hicimos otra cosa mas que tomar café,
fumar y conversar. Bueno, conversar es un decir porque soy muy mal conversador.
Más bien acompañar a Juan Fernando en su conversación. Es increíble cómo se
pueden tocar temas tan íntimos con alguien que prácticamente se acaba de
conocer. Juan Fernando me contó parte de su vida, de su juventud, de su
estancia en México, de su regreso a Ecuador, de su vida en Nueva York. Sin
parar de fumar, ya caminando, ya sentados. Observando a las mujeres que barrían
los jardines del hotel, en esa posición de L extrema que tanto me sorprendió:
se agachaban para barrer el piso tan cerca de él que era imposible que quedara
una sola hoja tirada. Y la conversación continuó en el aeropuerto de Schipol,
mientras hacíamos compras y esperábamos la salida de los respectivos aviones.
Un día lleno de palabras.
lunes, 14 de mayo de 2012
domingo, 6 de mayo de 2012
“A glass of water”
Juan Fernando y yo coincidimos en
que el inglés que hablan los ugandeses es difícil de entender. Utilizan un
acento británico-suajili muy extraño para el oído latinoamericano. También
hemos notado que el tono al que se dirigen con los clientes denota un dejo de
sumisión, que nos parece molesto. En esa conversación estamos, sentados en uno
de los restaurantes del Hotel Speke, cuando se acerca la mesera para ver si se
nos ofrece algo. Pido una cerveza y Juan Fernando dice: “A glass of water”. La mesera lo ve fijamente, unos segundos, extrañada,
luego medio sonríe y me ve a mí. Le hace saber a Juan Fernando que no le ha
entendido. Él repite la frase. Ella refrenda el gesto de extrañeza. Él varía la
pronunciación: “A glass of warer”.
Ella lo mira fijamente, vuelve a sonreír; disculpándose, le dice que no le
entiende. Juan Fernando se comienza a desesperar, me ve y me dice en español
que cómo no entiende que quiere un vaso con agua. Vuelve a repetirlo, lentamente.
La mesera vuelve a sonreír, lo mira, me ve y repite que no entiende. En ese
lapso, recuerdo la pronunciación de una de las meseras, días antes. Le digo: “He wants a glass of wata”. Y a ella se
le ilumina el rostro. “Wata, wata, OK”.
Juan Fernando me ve, sorprendido. Un minuto después tiene frente a sí su
deseado vaso de agua. Yo temo que la mesera me traiga la cuenta, sin la
cerveza, de nuevo. Pero segundos después yo obtengo, también, mi cerveza.
miércoles, 2 de mayo de 2012
Desayuno a la orilla del Lago Victoria
El sol empieza a aparecer sobre las
nubes que ayer menguaron al soltar la lluvia que cargaban. Pese a ello no se
siente el bochorno que acompaña el cambio de un día húmedo a uno soleado,
como el que se anuncia hoy. El Lago Victoria recibe los colores rosados del día
que comienza y yo me siento frente a él, para degustar el desayuno. El día
vuelve a comenzar con los sabores extraños de estos lares, con la luz que no se
puede atrapar ni describir con precisión. El restaurante tiene una tarima de
madera que se posa sobre el lago. Una sombra pasa sobre mi desayuno, una sombra
alada: un pelícano sobrevuela el escenario y se posa en las rocas, cercanas al
lugar en donde me encuentro. Un café, el café africano es bueno. Nada hay como
disfrutar ese café a la orilla del Lago Victoria y comenzar la conversación con
ese pelícano viajero.
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