Por los caminos rurales de Uganda
observo muchos niños, rapados y con túnicas de colores. He notado que la
mayoría de hombres y niños se rapan y sólo las mujeres conservan sus
cabelleras. Pero en el caso de estos niños de túnicas (amarillas, las más)
tanto niños como niñas portan su cabeza sin un solo cabello. El guía me indica
que ellos viven en orfanatos; pero yo he visto muchísimos niños con la misma
pinta. Me sorprende que exista tanto huérfano en el país. El guía me cuenta la
razón: sus padres han muerto debido a que la cuarta parte de la población de
Uganda tiene el mortal virus del VIH…
sábado, 28 de abril de 2012
martes, 24 de abril de 2012
Almuerzo a las orillas de El Nilo
Cuando uno llega a pensar en la
estancia en un lugar famoso, generalmente la imaginación vuela y de inmediato
se piensa que, en ese lugar, se degustará un buen vino, observando la maravilla
encontrada; se fumará el cigarro con olor a ese lugar, con parsimonia; se
detendrá el tiempo; se degustará un platillo delicioso mientras se contempla la
gran maravilla natural o la sorprendente construcción debido al genio humano;
o, ya de perdida, se tomará un café que tendrá escondido en su sabor un poco de
esa maravilla que se observa. Estando en las orillas del Río Nilo, después de
observarlo, tomar fotografías, tocarlo y no dejar de sorprenderse, el hambre,
ese inoportuno invento de la naturaleza, aparece. La “delegación
latinoamericana” tiene dos opciones: o entrar en uno de los restaurancitos a la
orilla del río, para tomar el almuerzo que, gentilmente, les ha procurado
Margaret (más que una de las organizadoras del evento sobre agua, pobreza y
desarrollo local, casi una maga) o, la otra opción, sentarse a las orillas de
El Nilo. No dudan ni un instante en convertir un banco de piedras en mesas y
sillas, a escasos metros de la orilla del río. Abren la gran bolsa, sacan los
envoltorios y se aprestan a degustar el misterio que contienen, saboreando el
momento de comer a las orillas de tan importante río, esperando hacer del
momento uno especial… Pollo y papas fritas, con salsa de tomate… No todo se
puede tener en esta vida…
miércoles, 11 de abril de 2012
La disputa por el origen de El Nilo
Los exploradores creen que el lugar que pisan es desconocido. Engrandecen su experiencia de conocer un nuevo lugar creyendo que es la primera vez que la “civilización” lo conoce. Así le sucedió a John Hanning Speke, cuando arribó a las fuentes de El Nilo (1862) y proclamó haber descubierto su origen. Como siempre sucede, la envidia comenzó a afilar sus dientes y Sir Richard Francis Burton (el mismo que también exploró la India y “rescató” los relatos de El Rey Vikram y el Vampiro y tradujo varios libros hindúes), tuvo un colapso al enterarse de que Speke anunciaba haber hallado la auténtica fuente de tan renombrado río. El famoso escocés Dr. David Livingstone también trató de confirmar el hallazgo de Speke, pero se nos perdió y fue a dar a El Congo. Y fue Henry Morton Stanley, galés, quien vino a confirmar el “descubrimiento” de Speke, al darle la vuelta al Lago Victoria (Stanley fue famoso por la frase “El Dr. Livingstone, supongo”, cuando le halló en Ujiji). Para enojo de Burton, de Livingstone y del propio Stanley, el único que tiene un obelisco en su honor cerca del lugar donde nace El Nilo es Speke. Y, además, un letrero pintado que ostenta la visita de este último, junto con el anuncio de la cerveza nacional. Que, por otro lado, no podía faltar.
viernes, 6 de abril de 2012
Los cuatro puntos del Río Nilo
Frente a nosotros, estaba, al fin, tan cerca, el origen del Río Nilo. Era una tentación sensoria tocar el agua y sentir ese río. Atravesamos un puente hecho de vigas de metal, diríase improvisado, aunque supongo que tenía ya, muchos años, para llegar a unas estructuras de cemento a la mitad del río. Desde ahí se podía ver, hacia delante, el río creciendo en toda su inmensidad, viajando con nostalgia y energía, rumbo a Egipto. Hacia atrás podíamos ver el Lago Victoria, con su calma chicha. A la amitad de ambos estaba la línea divisoria que marcaba, con un movimiento casi imperceptible, el correr del agua del Lago y de los manantiales y que daban vida y nombre al río. Hacia la otra orilla se divisaba un monumento dedicado a John Hanning Speke (sí, como el nombre del hotel donde me hospedaba, en Kampala), explorador inglés que “descubrió” la fuente de El Nilo. En el último punto, la orilla en la que nos encontrábamos la “delegación latinoamericana” había varios puestos de artesanía y de comida. Eran los cuatro puntos de El Nilo, desde nuestra mirada. Yo tomé varias fotos del paisaje, de los compañeros en las estructuras y con fondo el río. Contemplando el movimiento del agua, cercado por el inmenso río, me pareció ver a los exploradores británicos arribando a este lugar, con miradas de azoro. Para los guías, tal vez, esa sorpresa había pasado. O tal vez no. El río siempre será el mismo, pero tan diferente. Heráclito me hablaba al oído. La voz de El Nilo era, siempre, más enérgica.
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