Ahí estaba, frente a nosotros, el famoso y legendario río Nilo. Varios de la “delegación latinoamericana” se tomaron fotografías llevándose como fondo al famoso río. Es curioso cómo en nuestra mente tenemos ideas preconcebidas. Cuando se habla de El Nilo inmediatamente uno lo asocia con los egipcios. Pero El Nilo es uno de los ríos más largos del mundo y nace en Uganda, en el Lago Victoria. La cuenca de El Nilo incluye Etiopía, Sudán, Eritrea, El Congo, Burundi, Etiopía, Kenia, Ruanda, Tanzania y Egipto. El guía nos anunció que no podríamos ir a las cataratas (tal vez las de Ripon) porque la presa retenía el agua que las hacía fluir. Nos miramos un poco decepcionados, pero el guía hizo que abriéramos los ojos cuando mencionó que podría llevarnos al origen de El Nilo. La expedición daba un vuelco. Viajar a las fuentes de El Nilo era lo menos que alguno de nosotros había pensado al llegar a Uganda. No había tiempo qué perder. Subimos a las camionetas y emprendimos el camino.
sábado, 31 de marzo de 2012
miércoles, 28 de marzo de 2012
Safari II
En algún lugar de Uganda, seguíamos sobre la camioneta, en pleno safari. Claro, nunca vimos ningúnanimal, ni cebra, ni jirafa ni leones. Lo que sí vimos fue una caravana de camionetas blancas, con vidrios polarizados, que sacaban del camino a todos los autos, sin miramientos. Al dar el volantazo, porque una camioneta se nos venía encima, de frente, el chofer se detuvo en el acotamiento y arguyó que se trataba de un ministro y de su séquito. Actitudes prepotentes como ésa la vemos en todos lados, no era nuevo. Una manada de animales de metal a toda velocidad.
sábado, 24 de marzo de 2012
Safari I
Yendo de safari, en una camioneta en la que se podía abrir el techo, nos sentíamos realizados. En la camioneta íbamos Elma, Juan Fernando, el chofer y yo. Pasamos por una de las pocas carreteras asfaltadas y el chofer nos indicó que el lugar por el que transitábamos en ese momento era el reducto de selva que una tribu africana se dispuso a defender por todos los medios. Era un tramo muy corto de la carretera y, además, esa selva estaba partida en dos. Esa vieja concepción de África que uno tiene en la mente y que alimentan las películas está lejos de la realidad. Recordé que uno de los participantes en el taller al que me habían invitado, un profesor trajeado de la Universidad de Makerere, era jefe de su tribu y, me habían dicho, tenía su bastón de mando. La globalización, los tiempos posmodernos, los tiempos líquidos… Una selva partida en dos, un jefe de tribu trajeado. Todo tan alejado de los estereotipos de la época de Johnny Weismüller…
miércoles, 21 de marzo de 2012
La cerveza y la cuenta
La mesera me extendió una carpeta, cuando acabamos de cenar la mayoría de la “delegación latinoamericana”: Juan Fernando, Elma, Carolina, Nelson y yo (el resto de esta delegación eran David, Leticia y Carla Roberta). La abrí y vi la cuenta completa de la cena de todos. Me sorprendí, porque nos habían invitado y cada vez que comíamos nos entregaban un boletito que canjeábamos por nuestros alimentos. Fue Juan Fernando quien soltó la sonrisa primero. Pero mi sorpresa era porque yo no había pedido la cuenta. Después de la cena, en la que se incluía un refresco, se me había antojado una cerveza y yo le había pedido a la mesera una. “A beer”. Pero, al parecer, ella había entendido “The bill”, la cuenta. Le expliqué que no quería la cuenta, extendiéndole la carpeta y añadiendo que había pedido una cerveza y que, además, la cuenta ya estaba pagada porque habíamos canjeado nuestros boletitos. Ella me explicó que yo había pedido la cuenta, en un inglés que yo no podía entender muy bien. Así que, cuando reiteré que no era así, se puso muy nerviosa. Me dijo que era imposible devolver la cuenta y que tenía que pagarla. Creo que fue Elma quien me dijo que hablara con el capitán de meseros y eso le hice saber a la mesera quien, al escuchar que quería hablar con su supervisor directo, se puso más nerviosa todavía. Me llevó con él, casi temblando y le expliqué la confusión. Los minutos que habían pasado le parecieron eternos a la mesera, supongo. Pero el supervisor entendió de inmediato la confusión y me dijo que no había ningún problema. También le hice saber al supervisor que la mesera no había tenido la culpa, que era una simple confusión lingüística. Tal vez la forma de pronunciar el inglés, tan especial de los ugandeses cuya primera lengua era el suajili y la forma de pronunciar el inglés de los mexicanos. Pensé que si la mesera tenía problemas con los clientes ello podría derivar en que perdiera su empleo. Lo intuí por la actitud nerviosísima de ella. Al final regresé a la mesa. Todo parecía arreglado, pero mi cerveza nunca llegó. Lo bueno es que tampoco regresó la cuenta…
viernes, 9 de marzo de 2012
Comida y comida
Desde el viaje en avión siento que no he parado de comer. Y todo el tiempo tengo hambre. Los desayunos son espectaculares: el buffet ofrece de todo: hígado de buey, unas salchichitas con un sabor rarísimo, que dejo a un lado. Un yoghurt agrísimo. Jugo de naranja casi marrón. Una taza de muy buen café. Dátiles, que no puedo dejar de servirme en demasía. Pan.
Espero con ansias el receso en el seminario al que me han invitado, para comer algunas galletas (dulces, pero con alguna sustancia picosa), unas empanadas y tomar café. Luego viene la hora de la comida, en donde aprovecho el buffet para conocer tantos sabores nuevos. Me sirvo en mi plato lo que parecen frijoles refritos y descubro que es una especie de puré de cacahuate. Puré de yuca. Los diversos y tan diferentes sabores del chutney: rojo, verde, amarillento; uno es picante. El arroz con sabores fuertes. Frijoles enteros, dulces; puré de plátano. Y mi hambre atroz que me empuja, en cada oportunidad que se presenta, para probar nuevos sabores. Carne, pollo, huevo, todo sabe diferente. Y luego la cena… Aún ya, a punto de dormirme, viene el hambre de nuevo y se instala con ganas de platicar un rato. “Mañana”, le digo, “Espera a mañana”. Y tomo un sorbo de mi botella de agua.
Espero con ansias el receso en el seminario al que me han invitado, para comer algunas galletas (dulces, pero con alguna sustancia picosa), unas empanadas y tomar café. Luego viene la hora de la comida, en donde aprovecho el buffet para conocer tantos sabores nuevos. Me sirvo en mi plato lo que parecen frijoles refritos y descubro que es una especie de puré de cacahuate. Puré de yuca. Los diversos y tan diferentes sabores del chutney: rojo, verde, amarillento; uno es picante. El arroz con sabores fuertes. Frijoles enteros, dulces; puré de plátano. Y mi hambre atroz que me empuja, en cada oportunidad que se presenta, para probar nuevos sabores. Carne, pollo, huevo, todo sabe diferente. Y luego la cena… Aún ya, a punto de dormirme, viene el hambre de nuevo y se instala con ganas de platicar un rato. “Mañana”, le digo, “Espera a mañana”. Y tomo un sorbo de mi botella de agua.
lunes, 5 de marzo de 2012
La llamada de las 4: 40 AM
Suena el teléfono móvil. Pero no es la alarma que sirve de despertador, sino el anuncio de una llamada. En la obscuridad mis ojos tratan de buscar un punto de referencia. No sé en dónde estoy. Alcanzo a vislumbrar la habitación y sé que estoy en un hotel. Luego viene, como torrente, la memoria jalando su carreta y recuerdo en dónde estoy. Veo el teléfono. Las 4:40 de la madrugada. Aún adormilado no veo el nombre de quien llama, pero me temo que sean malas noticias. Aún recuerdo cuando estuve en Roma y me enteré de la muerte de Rafael Ramírez Heredia. El corazón me da un vuelco. Tomo el teléfono y contesto. En un segundo de silencio me preparo para una mala noticia. ¿Puede uno estar preparado para una mala noticia alguna vez? Por lo menos percibo que mi cuerpo está tenso. La pierna izquierda, que he estirado para acomodarme y poder tomar el teléfono sufre un jalón que amenaza con convertirse en un calambre. La cambio de posición de inmediato. Oigo la voz, lejana, proveniente de no sé qué reinos extraños, más allá de la neblina que separa este continente. Mi mano toma con fuerza el teléfono, acercándolo más al oído, para no perderme una sola palabra de quien me llama. Los dedos se me crispan. Y una voz me saluda, afablemente. “Hola, manito”, escucho. Es Andrés, quien me llama para saludar. Mi cuerpo se distiende y devuelvo el saludo con una sonrisa en la obscuridad de mi habitación. Le hago saber a Andrés que estoy en Uganda, con nueve horas de diferencia y se apena; platicamos cortamente, nos despedimos. El sueño se ha ido. En el lapso de casi hora y media después de la llamada Tolstoi me abruma con sus Confesiones. Me quedo dormido en algún momento, entre los pliegues de la madrugada. Suena el teléfono móvil…
jueves, 1 de marzo de 2012
La invitación a misa
El sacerdote, vestido con un traje azul claro y una corbata negra, abre los brazos al vernos y sonríe, cerrando la brecha de nuestra distancia con él. Nos da la mano y nos pregunta el país de donde vinimos. Su grey, detrás de él, sonríe, viéndonos; no sé si les parecemos extraños, raros o es un simple gesto de bienvenida. Aún hay que aprender a leer los gestos de la gente de por acá. El sacerdote nos invita a la misa que dará dentro de lo que parece ser un tanque de agua y es una iglesia. Agradecemos el amable gesto, pero yo me niego. Otro de los que pertenecen a la “delegación latinoamericana” se enfurruña. Y repite en inglés, una y otra vez: “La religión es el opio del pueblo”. No sé si el sacerdote y su grey le escuchan, pero siguen sonriendo y se dirigen a la iglesia. No dejan de sonreír y mi colega no para de enfurruñarse.
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