domingo, 30 de enero de 2011

Bruegel y El Bosco en carrousel

Miren ya, cómo es que el gran pez vuela en pleno mar urbano, remembranza de Bruegel y de El Bosco, esperando a sus pasajeros para viajar a quién sabe dónde. O tal vez volar con esas extensiones de cuero, sobre el mar, o quizá ser devorado por ese ser anfibio que hundirá su presencia en el fondo del océano, ¿que cuál océano? No importa, no se fijen. El océano del mundo y se acabó, responde el trabajador que, si no sabe de océanos ni de mares, conoce el alcantarillado y lo recorre, con un pañuelo en la boca, para afrontar de nueva cuenta la labor del tiovivo que comenzará sus vueltas en cuanto la noche arrecie y los niños pueblen este lugar nevado, lleno de sueños con la jaula abierta…

sábado, 22 de enero de 2011

Ahora

Un cuerpo inerte con cicatrices marcadas en la espalda: es el lomo de una calle cualquiera en un devenir inclemente del invierno.

sábado, 15 de enero de 2011

Para entrar en las iglesias

Había una razón para entrar en las iglesias en Bruselas: buscar imágenes paganas entre los cuadros, los retablos, las imágenes y las lápidas; ello incluía imágenes diabólicas o de la muerte, seres mitológicos y hombres verdes. Les encontraba asomados entre los púlpitos, al pie de algunos santos, entre los altorelieves y algunas veces en las columnas. Pero encontré otra razón de peso para entrar en las iglesias, por lo menos en Bruselas. Dirán que mi ideología ha cambiado, pero mi vivencia en esa tierra llena de nieve me hizo ver las cosas con mayores claridades. La otra razón que descubrí para entrar en las iglesias eran las rejillas metálicas en el piso, que despedían un calorcito abrasador forjado en las calderas de los subterráneos y que daban consuelo al helado transeúnte. Quién sabe, a lo mejor no era el calor de las calderas, sino el de los mismísimos infiernos.

domingo, 9 de enero de 2011

Mercator

Mi excelentísimo, prudente geógrafo, permítame hacer a su merced una breve plática en términos poco amables, si es de parecer, pero sinceros, si ha de saber usted a ciencia cierta, porque, sabio cartógrafo marítimo, me parece incongruente, mi excelso señor, que permanezca usted envuelto en mármol, sin cosa mayor de hacer, tomando el mundo en sus manos, mientras lo más cercano o parecido a un minúsculo océano esté frente a vuestra visión, en forma congelada: la fuente apenas expele sus pequeños chorros y el agua lucha por no congelarse, en su ejercicio continuo, desde muchas eras posteriores al año de 1569, el año que usted ideó, empleando soberbio tino y sabiduría expresa, el primer mapa que habría de dar buena y grandísima guía a los navegantes y que el señor Poe habría de consultar, o por lo menos conocer, para otorgar vida a sus relatos y aventuras del marino Gordon Pym y para describir, con maestría literaria, los aconteceres ocurridos en Un descenso en el Maesltröm, porque, retomando el hilo de mi relación, como parece, llegará un día en que los océanos se conviertan en hielo y uno deje de navegar, estimado Gerardus, y quizá usted pueda inclinar algo el orbe con extrema diligencia para ver si se derrama un atisbo del agua y todo el clima cambia, seguramente provocado por la nostalgia que tiene su merced de escuchar el correr del agua con su solemne presencia enfrente suyo, en este jardín ahora nevado, pero en el que usted permanece, a su salvo, aún sin decir más palabras o hacer ágiles aspavientos, como es de harto notar, cubierto de mármol y, en estas épocas, por si fuera poco, señor Gerhard Kremer Mercator, atosigado por la nieve. Apenas me dirijo a vuestra merced, que me cala el frío, desfallezco y usted permanece jubiloso, por lo menos es decir, tan campante.

Vuestro humilde servidor, Dn. Marqués de La Puerta, quien se congela a un paso de su mirada y guarda la expectativa de que su excelencia elabore un nuevo mapa para hacer brotar aunque fuere un modesto rayo de sol para renunciar, ahora que permanezco ya vuelto hielo, a observarle observando el mundo.

miércoles, 5 de enero de 2011

Noche albina

Es pasar en un mundo donde todo es borroso. Caminar frente al abismo mientras los reflectores como aves de presa hacen mella de la presencia de quien atraviesa por el espacio abierto que los edificios han dejado, como un pequeño territorio para guardar al aire y al frío. Muy cerca del Edificio Tin Tin, las sombras se tambalean sobre la nieve, mientras la gran tormenta cae a peso de estancia bajo las farolas. Pocas almas se adentran en la piel de la noche mientras la nieve cae, sin prisa, al mantener el tiempo de su lado, dando cobijo a las calles que, sin poder quejarse, reciben la helada presencia, insensibles, inamovibles.

Procuran caminar las sombras, hacerse a un lado, buscar cobijo, el buen cobijo de una casa calentita, de una cama con cobijas térmicas o, si no es posible, de un espacio en la entrada de un edificio donde no caiga ni un dedo de nieve, como he visto, como vi a la gente acomodándose en esos espacios para pasar una noche de infierno en invierno. Y otros, caminar bajo la noche con el andar sin presunción, sin apremio, deslizando sus huellas en la albura, que serán devoradas en segundos por la escarcha, el gigante hambriento suelto, escaso paseo nocturno que deviene en nada, al tomar la calle la inconsciente nieve. Así, las farolas se divierten con sus luces, la nieve resplandece al deslizarse sobre el viento, erizarse al toque del abrigo, de la bufanda, de la bota, y prenderse a las telas sin reparo.

Andar, así, con cámara en mano, con la escasa chamarra y una bufanda marrón que viene de otras latitudes, en una noche de invierno, me convierte también en una sombra, que deviene intruso en el paisaje que pretende retener un solo color bajo su manto de plena algaba. La calle enlucida se arremolina sobre sí, y entretiene en su blancura a los transeúntes que, como yo, están a cielo abierto con su sola animalidad encima.

Corte a la piel con el viento frío, quejumbroso, violento, de esta noche: los copos de luz destellan con presencia ausente de tibieza y tras el lente busco, tal vez, el resplandor final que me permita arremeter, completo, hacia mi existencia fría, convertido en ser de nieve, actor helado, ser que crepita con su propia mirada enardecida de necio estar en una noche albina.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.