Uno sigue por el borde del Sena, en una tarde de caminata para hacer suya la ciudad. Caminar hasta deshacerse los zapatos, hacer conciente que ya es imposible seguir, debido al dolor de las rodillas y de las piernas. Pero yendo por el bordo del Sena, de Notre Dame a la Torre Eiffel, uno los encuentra. Son los que habitan bajo los puentes, ésos que no aparecen en ninguna guía de la ciudad y no existen en las estadísticas de la población pero es seguro que sigan ahí, como es seguro que siga La Cité. Esos seres, debajo de los puentes, se han arraigado a la ciudad y han hecho de los pasajes de concreto su hogar. Hay árabes, africanos y cuando pregunté que si alguno hablaba español, una voz, tras la cortina que delimitaba su territorio, su pequeño espacio de intimidad con varias cobijas en el piso a forma de cama, unas toallas enredadas como almohadas, una caja de cartón que guardaba, seguramente, sus tesoros encontrados en botes de basura o las pocas pertenencias que ha guardado desde su lugar de origen, esa voz, digo, contestó afirmativamente. Chileno, por el acento, tenía que ser chileno.
Visítenlo, llévenle algo de comer o, si quieren verlo suspirar de nostalgia, llévenle un vino del Valle de Colchagua.
Visítenlo, llévenle algo de comer o, si quieren verlo suspirar de nostalgia, llévenle un vino del Valle de Colchagua.