Anoche soñé que los vecinos llegaban cargando cajas, muebles, algo de ropa, cosas que en algún momento les habíamos regalado y que no se contentaban con entrar impunemente hasta la terraza de la casa, sino que nos arrojaban todos los tiliches a través de las ventanas. Hasta bolsas con tela, bultos de henequén, una caja de platimarx con un viejo triciclo destartalado, bultos, cajas, bolsas de plástico con instrumentos imposibles, y seguían llegando. Todo se debía a alguna discusión que habíamos tenido y ahora ellos nos regresaban cuanta cosa podían regresar.
La alarma del teléfono sonó a las siete y veinte y yo me desperté agitado. Abrí la puerta, recordando el sueño, creyendo que los vecinos aún estarían dejando sus cosas por las ventanas, pero no, no estaban, por suerte. Lo que sí, es que la estancia era un completo revoltijo, un bazar de antigüedades y de tiliches. No conviene levantarse tan temprano en sábado, porque los sueños no se acaban tan temprano, continúan.
La alarma del teléfono sonó a las siete y veinte y yo me desperté agitado. Abrí la puerta, recordando el sueño, creyendo que los vecinos aún estarían dejando sus cosas por las ventanas, pero no, no estaban, por suerte. Lo que sí, es que la estancia era un completo revoltijo, un bazar de antigüedades y de tiliches. No conviene levantarse tan temprano en sábado, porque los sueños no se acaban tan temprano, continúan.