El atractivo principal de la fiesta del tres de mayo eran los tigres en Zitlala. Por lo menos es lo que muchos artículos antropológicos y dizque etnográficos reiteraban. Ya en Zitlala, y al hacer un seguimiento del proceso de las fiestas vemos que no es así, sino que los tigres tienen un papel en la fiesta, pero no el único. Recuerdo el artículo de Andrés sobre Zitlala, en donde relata todo el proceso de la fiesta del tres de mayo. Pero la tentación de encontrarse con esos personajes míticos es irresistible. Cuando estuvimos en Zitlala se nos acercaron dos tigres del Barrio de San Francisco, sin sus disfraces, para invitarnos a cenar, invitación que no cumplimos porque nunca los encontramos. Sin embargo, al día siguiente los buscamos en su barrio y tuvimos suerte en hallar a algunos, medio vestidos, que nos invitaron a seguirlos por la senda de los tigres, hacia el cerro Cruzco, en donde ocurriría una parte importante de la ceremonia de petición y agradecimiento de lluvia. Pesho y Ricardo, El Chino, se quedaron a esperar a los tigres, mientras se reunían y cambiaban, en tanto Pepe Peguero y yo fuimos en busca de unas baterías, para los micrófonos.
Pepe y yo nos dirigimos por nuestra parte a la parte baja del cerro. Buscábamos a los tigres a lo lejos, pensábamos verlos cruzar, como relámpagos amarillos y negros, en una senda en el cerro de enfrente. Queríamos retratarlos en pleno movimiento mítico, estrellas fugaces, bólidos feroces. Detrás vendrían Pesho y El Chino, hechos otro bólido, como ellos, uno cargando la cámara de video y el otro el tripié, veloces. Nunca los vimos. Ni a unos ni a otros. Preferimos subir a la cima del cerro Cruzco, a donde llegarían.
Dos horas después nos alcanzó en la subida Ricardo, El Chino, y, guiado por un habitante de Zitlala, se adelantó, subió y desapareció. Pepe y yo ya estábamos algo cansados, con el sol a plomo sobre nuestras cabezas y yo, torpemente, habiendo olvidado mi sombrero. De pronto, sonó mi teléfono celular y El Chino me avisó que en la cima estaban los tigres, que estaban realizando una ceremonia en el altar mayor de las cruces. No había forma, ni corriendo, de alcanzar la cima. Así que fuimos, acelerando un poco el paso, pero descubrimos que habíamos llegado tarde cuando los tigres del barrio de San Francisco, ya sin máscaras, de nuevo, bajaron de la cima frente a nosotros, nos saludaron y tomaron por una senda llena de vegetación. Se perdieron en menos de un minuto. Se escabullían, así, los míticos tigres de Zitlala. Yo sólo pude tomar una fotografía, mientras, centellas humanas, desaparecían. Las espaldas de los tigres fue lo que apareció en mi foto. Y digo espaldas, porque me avergüenza un poco decir rabos…
Pepe y yo nos dirigimos por nuestra parte a la parte baja del cerro. Buscábamos a los tigres a lo lejos, pensábamos verlos cruzar, como relámpagos amarillos y negros, en una senda en el cerro de enfrente. Queríamos retratarlos en pleno movimiento mítico, estrellas fugaces, bólidos feroces. Detrás vendrían Pesho y El Chino, hechos otro bólido, como ellos, uno cargando la cámara de video y el otro el tripié, veloces. Nunca los vimos. Ni a unos ni a otros. Preferimos subir a la cima del cerro Cruzco, a donde llegarían.
Dos horas después nos alcanzó en la subida Ricardo, El Chino, y, guiado por un habitante de Zitlala, se adelantó, subió y desapareció. Pepe y yo ya estábamos algo cansados, con el sol a plomo sobre nuestras cabezas y yo, torpemente, habiendo olvidado mi sombrero. De pronto, sonó mi teléfono celular y El Chino me avisó que en la cima estaban los tigres, que estaban realizando una ceremonia en el altar mayor de las cruces. No había forma, ni corriendo, de alcanzar la cima. Así que fuimos, acelerando un poco el paso, pero descubrimos que habíamos llegado tarde cuando los tigres del barrio de San Francisco, ya sin máscaras, de nuevo, bajaron de la cima frente a nosotros, nos saludaron y tomaron por una senda llena de vegetación. Se perdieron en menos de un minuto. Se escabullían, así, los míticos tigres de Zitlala. Yo sólo pude tomar una fotografía, mientras, centellas humanas, desaparecían. Las espaldas de los tigres fue lo que apareció en mi foto. Y digo espaldas, porque me avergüenza un poco decir rabos…