viernes, 31 de diciembre de 2010

El Che

Ése que me dicen que existió, del cual tengo una foto en mi oficina, aparece en el sol nocturno de la nieve, entre destellos de miel amarilla de luz opaca, frente a mí, y no se deja retratar mas que con el frío encima de una última noche en el otro lado del orbe, la antítesis del trópico en una noche. Pero está ahí, el espíritu que aún viaja por todo el mundo y que, moderno icono, resplandece por sí solo aunque la cabalgante estupidez, la perfidia y el fascismo -como el que opera actualmente en México- se vistan de mejores galas. Hasta la victoria, siempre, pese al frío, pese a esta nieve redundante de última fase nocturna en Bruselas.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Ideomonólogos

Un ave nocturna se posa con sus patas invisibles sobre el respaldo de una de las bancas. Lamentablemente llega un hombre con la nieve cargada en sus espaldas, arrastrando los pies, nevado de tanta blancura que el mundo se le ha venido encima. Se sienta, quitando la nieve con sus manos enfundadas en guantes inmensos que hacen resaltar las manos como dos raquetas negras, cuando la banca lo recibe como el sillón acojinado de una casa con calefacción. El pájaro vuela en espirales, allegándose de la nieve que cae en la media tarde, apellidada noche. En la otra banca se ha sentado un hombre con turbante en la cabeza, pero con pantalón de mezclilla, el desparpajo a flor de cuerpo, no aparta la nieve, sino que se sienta sin más. Ambos hombres permanecen junto a sus pensamientos, hasta que éstos empiezan a helarse y los hombres se incomodan. No se han mirado. Se levantan, casi al mismo tiempo, con una coreografía sincronizada en plena blancura. Diez segundos después salen de cuadro, en direcciones opuestas y se internan en la luz amarillenta de las calles, entre la negrura de la, ahora, noche. Diez minutos después no queda traza de su estancia en las bancas, la nieve cubre cualquier huella. Si tan sólo hubieran reparado el uno en el otro habrían sabido que cada cual traía la respuesta correcta bajo la barbilla, la que le correspondía al otro. A su otro. La banca espera bajo la luz amarillenta del farol. Pero el ave no regresa aún.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Pequeñas gárgolas

Día de llenarme los ojos, de caminar desde el metro hasta la edad media. Ha seguido nevando durante el camino y he vuelto a encontrarme con gárgolas, esta vez más pequeñas. Me pregunto si por la noche han volado desde Saint Gudule a ésta, Notre Dame du Sablon, siguiéndome, o tal vez yo las he seguido a ellas. Son como imanes. Son inalcanzables, aún con el miserable telefoto de la cámara digital. Apenas las veo, apenas distingo sus formas. Desde abajo me parecen tan iguales, tan sin identidad. La cámara las acerca un poco, tan sólo, pero lo suficiente para ver que son dragones, puercos, aves, demonios, seres con muecas y hasta sirenas. Encuentro que están puestas en parejas, algo que no había visto en otro lugar. Le doy la vuelta a toda la iglesia, como debe hacer un buen descubridor de gárgolas, para encontrar las que están alrededor. Algunas se esconden, no dejan que mi cámara las capture. En lo que ajusto el telefoto y las opciones de la cámara digital, parecen moverse. Vuelan de a brinquitos de un capitel a otro. Me cuesta trabajo ubicarlas, y cuando las tengo a punto de hacer el disparo fotográfico, hay un movimiento, un crujido, un ruido que me distrae por un segundo, tiempo suficiente para que la gárgola brinque de nuevo. Miren, son rápidas. Ahí ha brincado otra. Juguetean conmigo, como si el aire helado y la nevada no les hicieran mella.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Gitaneada en vivo

El sonido me asalta de lejos. Me toma de la oreja y me guía, calles mediante, a donde se encuentra un grupo tocando música balcánica. Los instrumentos de viento tatúan su presencia en el aire helado de la tarde; la tímida guitarra acaricia el tímpano; la batería taladra su paso hacia el oído interno. Sorprendentemente me hallo casi tarareando las canciones desconocidas y me descubro, de pronto, en medio de la música, creyéndome un gitano avecindado en Bruselas y, lamentablemente, sin saber tocar ningún instrumento, mas que el túnel de la cantada, Rockdrigo dixit.


Es un sentido aguardando a ser tocado, este de la música, un solo ser que se forma del sonido del saxofón, del trombón, de la corneta, de la musicalidad a pleno vuelo en un espacio con eco nocturno de los balcanes: son los músicos que traen su melodía en la epidermis, es la música gitana que atrae el calor de una fogata y un carromato repleto de misterios. Ahí me quedo, tratando de registrar con la mente la música y usando la tecnología de bolsillo para captar algunos visos de esta noche gitana en Bruselas, la que se atraviesa de pronto en el caminar oportuno y obligado para conocer una ciudad extraña. “Música en condiciones difíciles”, me dicen un par de esos músicos, minutos después, en el metro. Noche vuelta concierto, pretendo responder. Noche convertida en hoguera, en fogata, en colectivo animal nocturno de concierto en plena calle.

martes, 14 de diciembre de 2010

Babel como encuentro

Y dicen que Babel hubo de comenzar por culpa de dios (todo es culpa de dios, por lo que he aprendido); por suerte la humanidad ha variado el rumbo. Por ejemplo, ahora en Bélgica, donde se habla francés, me hago entender en inglés, cuando hablo español. Pero uno de los meseros que me atiende en este restaurante (danés) me habla ya en francés, ya en inglés, ya en italiano. Y yo respondo ya en inglés, ya en masticado francés y en español. Babel ha permitido no la confusión, sino la diversidad y la diferencia de lenguas y que el ser humano preste atención a lo que el otro dice. Hemos aprendido a leernos por gestos, por expresiones, por mímica. Babel es el reconocimiento, es el habla, es la escucha, es la atención.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Sala siniestra

Negros espejos, tal vez así era el de Tezcatlipoca. Negros espejos me observan desde la nada en negro y blanco, con la chimenea obscura que descubre un mundo aparte, un mundo que traga a quien entra en esta sala y permanece por unos minutos. Por un lado, los espejos negros absorben el alma, como hilo en madeja la jalan hacia la negritud. Por el otro, el avestruz en la pared sonríe con gesto macabro, como recordando los tiempos en que fue disecado. Nuestra vista se hace una en la corona mortuoria, blanca, semejando estar perlada de nieve, en el seno de la chimenea. Blanco y negro, con un color plateado en los asientos ovoides al centro de la habitación. Parecería que soy observado. No es la muerte, pero es lo siniestro asomando su ojo seco por entre los espejos negros que actúan como imanes y atrapan la vista, jalan el alma, los pensamientos, hacia esa ventana obscura donde me encuentro reflejado, junto con el avestruz, que sigue sonriendo, con el alma succionada por la boca tenebrosa de esos espejos, negros…

sábado, 4 de diciembre de 2010

Visión nevada

Una visión de otro mundo. Tengo la foto que atestigua que, mientras la nieve caía, un extraño ser, con una existencia paralela en otra dimensión, atribuía a la noche helada la visión de alguien observándolo desde un extraño rectángulo minúsculo, con un extraño aparato en las manos, que nosotros llamaríamos cámara fotográfica. Las dos lunas atestiguan esa existencia de otro mundo.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.