martes, 30 de marzo de 2010

Un sentimiento desconocido

El sillón espera a que alguien lo escoja, hoy. Ha esperado una noche completa, o descansado, porque no nos lo comunica. Ayer recibió varias visitas, desde el tipo trajeado de culo apestoso que no paraba de hablar por su celular sobre asuntos de negocios. De esos tipos que tristemente creen que todo se arregla mediante llamadas telefónicas. Desde las amigas adolescentes que hablaban a turnos sobre películas, la universidad, los problemas con sus respectivas madres, muy pocos minutos acerca de sus novios o pretendientes. Desde el policía de la puerta que, aprovechando una casi ausencia de clientes, se sentó en él por unos minutos, a descansar el día eterno que dura su turno, de pie, siempre de pie.

El más curioso visitante fue ese hombre cincuentón que tomaba a sorbos su café, que no pronunció palabra. Que no usó su celular. Que no jugueteaba con las piernas. Y que clavó su mirada en la ventana frente a él, donde se estrellaban las incesantes gotas de lluvia. En la soledad de ese hombre inmóvil, el sillón por fin se sintió identificado. Por eso hoy espera a que alguien lo escoja, pero esta vez su espera es gris y azul; su espera denota, por primera vez, un sentimiento desconocido. Nosotros podríamos llamarlo melancolía.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Caminata sobre Juárez

Después de tantos años redescubro el placer de caminar por el centro de la ciudad de México, saboreando la lluvia necia de mediodía en este febrero loco. Es la misma sensación de recorrer Avenida Juárez de ida y vuelta, como hace veinte años no hacía, desde Reforma hasta el Zócalo (cuando Juárez se transforma en Madero). Caminata acostumbrada por las tardes, para llenarme los ojos con imágenes que se convertían en magros apuntes para desarrollar crónicas y cuentos, tiempo después. Exacto como ahora. Pero antes la caminata por Juárez olía aún a terremoto y los edificios a medio caer o derruir tenían una presencia fantasmal que le daba a la Alameda la visión complementaria de Tánatos y de Eros, con una profusión de verde y de muchachas desnudas de piel de bronce. Hoy grandes edificios reconstruidos tapan la memoria del sismo y se yerguen sobre una Avenida Juárez remozada. Ahí camino, despacio, disfrutando la lluvia, junto a un colega mayor que yo y que el destino nos ha hecho coincidir de nuevo. Con su barba y cabello completamente blancos, Álvaro Urreta y yo hablamos de Mesoamérica, del agua, de los campesinos, mientras Tlaloc festeja ese mediodía acuoso de este febrero loco, como he dicho.

viernes, 19 de marzo de 2010

Actriz (7)

Ha de irse al camerino. Ha de acabarse al fin toda escena.
Se ve orillada a cruzar desnuda el cuarto con los zapatos de tacones espigados puestos, a reclinarse por última vez con un brazo extendido en la pared y hacia el techo pretendiendo escapar de un halo que la impregna, con el otro brazo flexionado y enguantada su mano con el pelo mientras envuelve la nuca con semejante enredadera, con la cara oculta y la espalda estirada que acentúa el nacimiento de la cadera en la cintura. La sombra que se queda en el muro muestra que ha sido ella.

Ha actuado conforme a las palabras y éstas han cobrado forma en atención a ella. Es su oficio torneado por el mío y el mío labrado con el de ella. Es imagen. Es volumen. Es materia. Ha sido. Ha de ser ella.

martes, 16 de marzo de 2010

Actriz (6)

Un poco de gala lleva su nariz espléndida al levantarse recta sobre un labio alto que besará al labio que todavía no llega, el otro suyo, su otro labio. Así será porque aunque mantenerse medio abierta esa boca es signo fasto de que fue hecha para probar del día la humedad aérea, pronunciar de la noche la tibieza o percibir los besos vagos que por ejemplo mi boca dice y mis dedos escriben con las yemas, está clausurada la caricia de su boca con otra boca que la espera. Mas sospecha que en el espacio corto de esa espera algún alfabeto ha rozado ya su garbo, y que en virtud de ello la abertura de su boca es letra que al cerrarse besa.

sábado, 13 de marzo de 2010

Actriz (5)

Parte como mira por la ventana desde donde se dirigen las guerras con languidez y constancia, marcha suave dentro de sí del modo que indican sus ojos de sima sin retorno y ceremonias de agua. Como ve y como viaja dentro de ella es como recorre los pisos de la casa cubiertos de papel opalino en que se escriben los nombres de las artes amatorias y de las honorables armas blancas. Ahí, dentro de sí, lámparas de aceite chorrean su piel y la aclaran, y están incólumes su actitud y su cuerpo. Una forma de conciencia aletea y se ensancha. Así, pájaro que es de alimentaciones intermitentes, colibrí de sus tentaciones impúdicas, en su desnudez se abalanza y se fija en los marcos de las puertas y otra vez en el de la ventana. Su brava disposición es de calma. Yace más acá sentada en el suelo con estampa de leona o saeta estilizada encima del edredón que sorbe los escurrimientos del techo y la transpiración de su cuerpo. Ha abierto la semilla y dentro no hay nada, excepto ella. Salvo ella, nada mora en el corazón expuesto de quien la ha tocado en sus identidades pasadas. Exige así con el rostro largamente perfecto. Con la mirada extasiada suplica comparecer ante los dibujantes, los escultores, los retratistas del sexo y los seduce y se aleja y vuela y gime y araña y danza y anda con las fieras afiebradas de la excitación que arroja contra estas palabras que no piden piedad al escribirse incendiadas con el tocamiento de sus pezones, de sus nalgas, de sus hendiduras ocultas en la vastedad y en las esquinas de la habitación donde ella miró cómo partía, cómo se marchaba a través de esa luz rectangular que es una vez más la ventana.

La guerra dentro de ella la devuelve a la casa. Y se atavía de sí. Es natural en ella actuar con la boca húmeda y entreabierta, boca que pide ser besada, que mitiga la sangre e inflige ansia.

sábado, 6 de marzo de 2010

Actriz (4)

Colgada de nada está en puntas sobre las cajas que se mantienen cerradas y las manos juntas en alto rezan y piden o exigen y golpean clavadas en las muñecas o atadas al yeso del muro con una cinta larga de seda invisible, o esperan sus nalgas la formación de los cotiledones que abrirán paso a las siluetas de almendras, acróbatas, mangos, figuras gemelas, unas copas de tulipán cargadas de néctares densos. Pregunta con voz inaudible por la constitución de su espalda, la maduración de sus senos, interroga a la historia secreta de las pieles de cera hirviente y dice con su pose que seguirá en ese sitio, casi callada, en espera, sin saber quién es mientras no llegue la mirada que le dé el nombre que más le convenga, en espera de un placer que no conoce y que necesita experimentar para llamarse, y que anuncia como sospecha de un deseo agudo e insano a quien la mire, deteniendo el edredón donde no sabe si enjuga lágrimas, acalla risas con pena o con disfrute, o todo, o nada. O donde fulmina con su cabellera desordenada el último indicio de su identidad revelada y vuelta hacia las sombras albas en las que estalla para desdoblarse nuevamente. Se escucha al recogerse mientras da la espalda.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.