domingo, 24 de enero de 2010

Sueño alejandrino

Caminaba detrás de Alejandro Aura y de Milagros, quienes iban tomados de la mano. Nos dirigíamos hacia una extraña pared de agua que se levantaba, con toda su presencia azul, frente a nosotros, sin nada que la contuviera, mágicamente suspendida en el espacio. Podría alargar mi mano y tocar esa masa de agua. Detrás veíamos a personas que se movían lentamente, braceando, algunas sin despegarse del piso, como si caminaran. Largo rato nos quedamos observando ese fenómeno, hasta que Alejandro nos indicó que era hora de continuar, así que avanzamos un poco y rodeamos esa masa de agua, para descubrir que no era tal, sino una cortina translúcida de color azul que semejaba agua. Las personas que antes observamos como si nadaran, seguían en sus movimientos, completamente secas y braceando al aire. Y ya Alejandro nos llevaba detrás de la cortina, hacia un pequeño jardín con escalones de piedra, restos de una antigua construcción, tal vez medieval. Allí llegamos a descubrir varias mesas en las que se serviría, según, Alejandro, la comida. Había mucha gente que se acercaba a él y yo no conocía. Por fin todo mundo se sentó en diversas mesas. El lugar se había convertido en uno que tenía varios desniveles, terrazas donde la gente esperaba a ser servida. Así, yo estaba en una mesa en una terraza un poco más abajo de la que ocupaban Alejandro y Milagros. De pronto, yo me levantaba y un niño me guiaba hacia una especie de establo de madera, con puertas gigantescas. Dentro veía tendida, sobre la paja, recargando la cabeza en un brazo, a una mujer desnuda, hermosa. Eso fue todo. Abrí los ojos para recibir otro día…

sábado, 16 de enero de 2010

¿Qué dice que dijo?

Parlachín conductor del taxi que todo el trayecto me vino hablando y hablando de mil cosas que nunca acabé de entender porque más bien se dedicaba a decir y no a oír aunque los claxonazos se hicieran presentes y fueran constantes y ni por eso la plática se veía afectada porque ocurría en una dimensión diferente mientras yo iba en el asiento de atrás y tratando de saber de qué diablos me hablaba el taxista que se afanaba sobre las palabras como amasándolas y sin lograr una comunicación efectiva porque era sólo un sentido no señor ahora es de dos sentidos me refiero a la plática del taxista no a las calles que cambian de un día para otro como si el rumbo se fuera a cambiar así de fácil ojalá así fuera porque serviría al pobre país en el que vivimos para tomar otro camino pero el taxista me sigue envolviendo aunque trato de zafarme pensando en otras cosas como la del sentido pero no lo logro porque me atosiga y me agarra de nuevo y ahí voy ora vez en el tobogán de su discurso hasta que ya no puedo más cuando él se detiene me dice son treinta y cinco pesos le doy cuarenta y me bajo mareado en quién sabe qué lugar…

miércoles, 13 de enero de 2010

Trátese a tiempo

Que por no hacer caso a los ruidos que sacaba desde su panza, ruidos que fueron intensificándose al pasar de las semanas… al fin no pudo dar un paso más y quedó tirado en una calle de la ciudad de México.
El especialista había dicho que era urgente un tratamiento, que no era asunto menor el que le provocaba esas agruras y esos ruidos extraños. Además se notaba su andar cansado, y su continuo detenerse a plena calle. Sobre todo ocurría cuando la calle estaba llena, cuando paso a pasito había que seguir el continuo pero desesperante andar de una fila. Se notaba más, por cierto, en las mañanas, pero lo adjudicábamos al frío matinal. Es que ha ha hecho tanto frío en las últimas semanas… Hoy por la mañana fuimos a la ciudad, y aunque su panza seguía emitiendo ruidos extraños, ahora más ruidosos y notorios, pensamos que era por el cambio de altura y ninguno quiso darle importancia. Fue Ori, de pronto, que intuyó que algo podría pasar este día y ocurrió así. En plena colonia Condesa, cuando nos dirigíamos a la librería El Péndulo, iba caminando como si nada cuando, de pronto, se detuvo. Avanzó unos metros más, alcanzando la banqueta y no pudo más. Ahí mismo se quedó tirado, mientras yo usaba el celular para llamar con urgencia y pedir ayuda. Mientras Ori me dictaba el teléfono del especialista que siempre lo ha atendido. Yo que tanto despotriqué en contra de los teléfonos celulares y ya me han sacado de varios apuros.
Llegó la ayuda y pedí que nos trasladaran a Cuernavaca, pese a que me ofrecieron un lugar en la propia ciudad. Preferí ir con el especialista que, desde hace años, lo ha visto y conoce sus entrañas y sus males.
Así, lo dejamos en buenas manos. Y prometieron darlo de alta en tres días. Iré entonces por él, con la firme convicción de que cualquier acontecimiento anómalo lo trataré de inmediato. En cuanto salga, como regalo, también iré a comprarle unas llantas nuevas al pobre de mi carrito.

sábado, 9 de enero de 2010

¿De dónde viene?

Y decía que el viento no venía del norte, porque el sur era todavía más frío. Mientras tanto, agitaba la cabeza como si tratara de afirmar doblemente lo que decía, a la par que comía algunas palomitas de maíz que llevaba en una misteriosa bolsa de papel de la que, momentos antes, había sacado un pan a medio morder. Y de pronto echó a andar por la calle, así como me había encontrado. De pronto recordé el episodio, tal vez debido a que últimamente he pasado por las calles del centro de Cuernavaca y me he encontrado al anciano que vende cacahuates (antes vendía guayabas) y que afirma que él no sube su mercancía, que la bolsa es a diez y que recuerde que siempre será a diez. Ojalá esa filosofía la hubiera tenido el imbécil de Carstens o el retrasado de Calderón. Recuerdo que a partir de enero mi sueldo bajará y los impuestos subirán. Así las cosas. Y el pordiosero del que hablaba al principio decía que el viento no venía del norte…

martes, 5 de enero de 2010

Credencial

En tres meses más habrán pasado treinta años de conocer a José Luis. Llegaron consecutivamente su fama, una muestra de su obra y su voz a través de un auricular. Por fin conocí su rostro tras editar tres cortometrajes suyos en cerca de un año, luego de haber intercambiado precisiones y alternativas de expresión con imágenes mediante llamadas telefónicas de larga distancia. Vivió varios años en el oriente de Yucatán, en Tizimín. Dormía en hamaca y él solo producía un video por mes, lo que era y sigue siendo una hazaña. Sus cortometrajes mostraban maneras sencillas y correctas de hacer huertos de traspatio, cultivar y cocinar con chipilín y chaya; también enseñaban maneras de trabajar con colmenas, criar cerdos y gallinas, y difundían experiencias de comercialización de miel. Visitaba comunidades mayas y recorría caminos solitarios durante muchas horas. Nada lo frenaba. Escribí con él un par de guiones para video sobre intentos campesinos por gestionar sus recursos con autonomía. Nos llevó cuatro semanas editar un par de videos que relatan la experiencia de mujeres y hombres ahora mitológicos de Kuxeb. José Luis regresó a la capital del país, pero estaba enamorado de Yucatán y volvió allá para casarse y vivir.

Cuando lo conocí, José Luis ya era sobreviviente de un incendio que le había quemado una cuarta parte del cuerpo, y de un accidente con una sierra de ebanistería. Años después de eso sobrevivió a las muy duras jornadas con que hicimos del trabajo una ruda forma de vida y una realización de ideas dignas de recordar y revivir. Sobrevivió a sus enamoramientos afiebrados, a mis monsergas de compañero de trabajo y a la lectura de mis pésimos poemas que por fortuna no tuvieron difusión y hoy están perdidos. Sobrevivió al alcohol que bebimos durante años en casas prestadas, rentadas y en cantinas de arrabal. Ayer desayuné con José Luis. Tiene sesenta y dos años, los riñones estropeados y un catéter mal puesto que le une una oreja con el corazón. Hoy iría a un hospital de la medicina pública. Viajó de Tizimín al D. F. para que le repusieran un catéter dañado. Necesitándolas, lleva trece días en espera de hemodiálisis que deben desintoxicarle la sangre una vez por semana. Tiene el rostro hinchado, camina lento. Cuando me despedí de él me preguntó si ya tenía credencial del INAPAM; le dije que en ocho años la podría tramitar y, como él, viajar sin pago o cobro en el transporte público. Le dije adiós con la mano cuando subió al trolebús, pero no pudo verme: el transporte se alejó mientras mi amigo caminaba con paso honroso hacia su ignorado destino colosal. Nada lo frena. Es seguro que halló un asiento reservado para él. Además de que había poco pasaje en el trolebús, llevaba su credencial en la mano.

domingo, 3 de enero de 2010

Fin

La taza está vacía, la hoja casi en blanco. La última carta de Santiago sigue sin respuesta mía. Sus cartas son muy extensas, sobrias, elegantes, memorables, instructivas. Leerlas y corresponderlas es una rueda de la fortuna en la feria de las palabras. La taza perdura en su cavidad ancha y redonda: un tiro de mina por el que descendí a la riqueza del café hace un par de horas. La hoja lleva cuatro líneas y media.

Ayer conversé a través del chat con Carlos y Yamileth mientras contestaba la penúltima misiva de Santiago. Ella deshojaba la dulzura y Carlos la envolvía con cariño, hasta que cerca de la medianoche dejó de ser incierto el fruto de ese día, cosechado por mis ojos y mi memoria. Entretanto, aumentaba o se preparaba el aumento de muertes por ráfagas de balas en Chihuahua y el noroeste. Entre ayer y hoy mataron a una niña de seis años y a sus padres mientras viajaban en un auto, en Ciudad Juárez. Hallaron dos cuerpos decapitados en Tijuana. En Sinaloa amanecieron dos cadáveres colgados en un puente. Una parte de los más de los 202 mil soldados del ejército se preparan para afrontar posibles golpes de narcotraficantes contra civiles; quizá ocurran en Michoacán, en Guerrero... La sangre del Jefe de jefes escurre en un tobogán que progresa por espiras.

A partir de mañana aumentará más el precio de los combustibles y de la energía eléctrica; las dos primeras piezas del dominó derrumban otra colección de fichas que en conjunto muestra el contorno de una república sumamente desigual, arrodillada.

La taza seguirá vacía. En los próximos días terminaré la carta que debo a Santiago. A Carlos lo hallaré siempre, en alguna plaza o en algún resquicio de la ciudad que hicimos. La hoja tiene ya una cortina de párrafos cerrada o abierta hasta la mitad, la parte baja permanecerá en blanco. Por ahí se irá hoy este año y mañana llegará algo que no conozco. Tras la cortina hay un rellano y sobre su superficie un libro en blanco. Me dispongo a leerlo comenzando por el fin, donde se hace visible poco a poco una palabra corta, dura, lenta, roja.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.