Ahí estuvo. Los mercados de la miel parecían un buen camino para las familias, por eso explayó la vida de las abejas europeas y criollas; mostró a campesinos mayas un mundo ordenado con celdas hechas por ellas, de cera, miel y jalea. Un mundo, era, es, de mandatos biológicos hechos celo por sintetizar la floresta en estructuras de incubaciones y alimentos selectos: imperios fabriles de especializaciones químicas y arquitecturas simétricas, universo de fronteras tenues entre la esclavitud y la obediencia, de linderos duros entre las alianzas y las guerras, de tránsitos suaves entre la repetición y la diferencia. Con lo mismo, pero de más complicada manera, debió trabajar para unir a las abejas africanas con las meliponas y las trigonas.
Detalló el paso de la flor al panal, una proeza de las camperas y las operarias u obreras: la emergencia del dulce artificio sostenido primero por las ramas y quizá luego en el suelo (intervenido, construido a mano), más o menos cerca de una Ceiba o de un huerto de naranjos y limoneros. Dicho de otro modo, puso a la vista lo que crece por dentro desde afuera y viene así a la presencia: la colmena.
No he dicho que ha muerto. Desde el 29 de abril está en su célula, en su celda. Reunido él solo con el proceder íntimo de la naturaleza, José Luis se desintegra minuciosamente bajo su propio peso, así, trabajando en eso con todo el tiempo que tiene ahora para no ser. Será recordado en memorias montadas en ámbar o miel, materias que en la imaginación se consolidan eternas, preciadas y bellas.
Algún campesino que siendo niño conoció a mi amigo lo recordará cuando venda miel o cera, o críe reinas, en Calotmul, Tixcancal o Dzonot Carretero. Allí estará. Y en mi terca tristeza.
Detalló el paso de la flor al panal, una proeza de las camperas y las operarias u obreras: la emergencia del dulce artificio sostenido primero por las ramas y quizá luego en el suelo (intervenido, construido a mano), más o menos cerca de una Ceiba o de un huerto de naranjos y limoneros. Dicho de otro modo, puso a la vista lo que crece por dentro desde afuera y viene así a la presencia: la colmena.
No he dicho que ha muerto. Desde el 29 de abril está en su célula, en su celda. Reunido él solo con el proceder íntimo de la naturaleza, José Luis se desintegra minuciosamente bajo su propio peso, así, trabajando en eso con todo el tiempo que tiene ahora para no ser. Será recordado en memorias montadas en ámbar o miel, materias que en la imaginación se consolidan eternas, preciadas y bellas.
Algún campesino que siendo niño conoció a mi amigo lo recordará cuando venda miel o cera, o críe reinas, en Calotmul, Tixcancal o Dzonot Carretero. Allí estará. Y en mi terca tristeza.