viernes, 12 de junio de 2009

Desandar

Vuelvo a mi capullo retratado de estudio y biblioteca cuando rechazo el final del viaje que me ha llevado, desde hace meses, a tierras de Arreola y de Rulfo. La mirada tal vez un poco más cansada, pero más llena de mundo. No sólo es el ingrato trabajo en el que me he visto impelido a realizar, pese a toda mi voluntad, sino el desgaste que me ha causado. Mis zapatos me quedan grandes y mi ropa aguada. He perdido cabello y ahora me deslizo a encender la computadora para tratar de escribir algo que me recree de nuevo en mi vida monótona, recia, agobiante, desatendida. Que la barba me ha crecido y las canas ya la pueblan. Que el hoyo de mi estancia en mi estudio se transforma en una negra noche más obscura que la más vieja noche. Los grillos afuera. Al rato pasará el murciélago que suele volar a estas horas. Es la noche en silencio del bullicio susurrante de secretos. En nada parecido a Yahualica, la ciudad donde he pasado estos ingratos meses y en donde existe una polifonía desafinada y ruidosa, peor que alguna ciudad o megaurbe. Los camiones, la música, los autos acelerando, las motos, los tonos alzados de voz, las campanas desafinadas de la iglesia (que Don Pablo dice que parece que tuvieran amarrados almohadones)…
Acá los grillos. Platicaré un rato con ellos antes de irme a dormir.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.