jueves, 18 de diciembre de 2008

El Kava-Kava de nuevo

Pero ayer, exactamente cuando describía cómo obtuve mi hombre espíritu, éste me reclamó: me recuerda que la familia Tepano me mostró muchos. Recuerdo que había de varios tamaños y de varios colores. El color, según explicaba la familia, era debido a que el makoy, la piel de los Kava-Kava, cambia según los años. Así es que un joven hombre espíritu es café claro, mientras que uno más viejo puede tomar una coloración color café tabaco. La edad se muestra en la piel de los descarnados de madera, esos hombres espíritus que aparecen en la Isla de Pascua cuando uno menos se espera. O que lo asaltan a uno en sueños. Quién fuera Kava-Kava, para cambiar de color conforme pasan los años. Y esto me lleva a una anécdota que me contó Rafael Baraona, hermano chileno, acerca de un hombre que era de color azul. El Beco ―que así se llamaba y que, a la sazón, fue marido de la poetisa Eliana Albala, avecindada en Cuernavaca― tenía el azulado color no por haber escuchado blues en abundancia, sino que lo había adquirido a fuerza de cigarro tras cigarro y afectar sus pulmones de tal manera que era muy difícil obtener aire.

Me miro al espejo, habría que mirarse al espejo para ver si no hemos cambiado de color con los años. Tal vez seamos Kava-Kavas, camaleónicos seres que obtienen canas, arrugas y nueva coloración mientras acumulamos años.

domingo, 7 de diciembre de 2008

El Kava-Kava

En verdad, después de treinta años de travesía hacia la Isla de Pascua, quería llevarme un Kava-kava, un hombre espíritu. Pero los precios eran elevadísimos: de hecho a uno de los vendedores le hice saber que tendría que escoger entre regresar a mi patria o comprar una de las figuras. Y eso fue un paso claro para comprender el mundo de los pascuenses o rapanuis: el comercio y el turismo. Mientras las políticas chilenas desprotegen a la gente de esa isla, y abusan de ellos por su condición de “virtuales exiliados”, la gente vende sus productos a precios exorbitantes. Todo en la isla es caro. El precio de las botellas de agua, por ejemplo, es elevadísmo. Pero esto es parte de la política hacia la isla: el aislamiento de la misma y los precios de los productos que se llevan, todo es controlado. Hasta los viajes a la isla lo son, a través de la única línea autorizada: LAN Chile.

En el mercado no adquirí mi Kava-Kava. No pude, pese a toda la intención que tenía de comprarlo y pese a que algunos Kava-Kava me guiñaban los ojos. Tuve que seguir observando las artesanías y sus precios elevados.

En la casa de un artesano, la familia Tepano, fuera del recorrido turístico, encontré mi Kava-Kava. O, prefiero decirlo, él me encontró. Por las tardes me mira con extrañeza, desde su lugar, con esos ojos de cartílago de tiburón y con la frente de la madera de la isla, el makoy, y a veces, pero sólo cuando la luz de la ventana entra en cierta posición, parece querer hablarme de los cuentos que no se escuchan ya en la Isla de Pascua.
© Pablo Chávez Hernández y Daniel Murillo Licea, todos los derechos reservados.