Hace días unos colegas nos invitaron a una reunión. Movidos por el interés por Edgar Allan Poe, disfrutamos de vino, whisky, tequila y vodka. El queso, que no falta, los cacahuates y el sushi estaban sobre la mesa. Una buena plática, un poco sobre todo, un poco sobre la mínima expresión que descubrimos, nos conocíamos los unos a los otros. Alfonso, Mago, Verónica, Benjamín, Ori y yo salimos al quite con temas diversos, mientras Dalí y Gala se acurrucaban con uno, luego con otro. Hablamos de los cuadros en la sala y de cómo el de blanco y negro tenía tintes fantásticos. Conversamos sobre la fatalidad que alcanza las escuelas de escritores y yo extendí esa fatalidad a las sociedades de escritores. El tiempo pasó volando y cuando venimos a darnos cuenta eran las cinco de la mañana. Salir hacia la casa, con unas copas encima, después de comer un pastel de atún y ensalada de manzana. Llegar a casa a esa hora, descubrir que la noche se alarga o se recorta por voluntad propia. Juguetear en la cama antes de quedar dormidos. Despertar para arrebujarse entre las cobijas, cuando ya amanece. Dormir, soñar.
Recuerdo la imagen de Drácula, durmiendo cuando aparecen los primeros rayos del amanecer. Pero recuerdo también a Gala y a Dalí, yendo de adentro afuera y viceversa. Y a Poe, tomando como cosaco, como habíamos hecho nosotros. No fue una mañana para dormir, hubo sobresaltos que impidieron el descanso. Un poco la agitación, un poco la plática, un poco Eros, un poco de amanecer que nos entró por los poros. No sé, pero cuando me levanté tenía la sensación de haber cabalgado a lomo de tigre, de tener el recuerdo de haberme dormido con una botella en la mano. Habíamos despertado con nuestro animal a flor de piel, no queríamos saber del mundo. Casualmente, el mundo nos correspondía.
Recuerdo la imagen de Drácula, durmiendo cuando aparecen los primeros rayos del amanecer. Pero recuerdo también a Gala y a Dalí, yendo de adentro afuera y viceversa. Y a Poe, tomando como cosaco, como habíamos hecho nosotros. No fue una mañana para dormir, hubo sobresaltos que impidieron el descanso. Un poco la agitación, un poco la plática, un poco Eros, un poco de amanecer que nos entró por los poros. No sé, pero cuando me levanté tenía la sensación de haber cabalgado a lomo de tigre, de tener el recuerdo de haberme dormido con una botella en la mano. Habíamos despertado con nuestro animal a flor de piel, no queríamos saber del mundo. Casualmente, el mundo nos correspondía.